Tercer momento: Despedida

El proceso de duelo en el cual se sana la herida que produjo la pérdida de un ser amado puede durar mucho tiempo. Así debe ser. Durante esa época pasamos por distintos estados emocionales: bronca, odio, culpa, pena, tristeza, exaltación, añoranza, negación, etc. Todos ellos son normales y necesarios, aun la rabia por sentir que esa muerte es una injusticia.

A medida que el tiempo pasa, la herida va cicatrizando y nosotros vamos logrando acercarnos, sin tanto sufrimiento, al recuerdo de la persona perdida, reconociendo que la extrañamos, que nos hace falta, pero que podemos vivir sin ella. Que tenía cosas buenas y otras no tanto, y vamos quitándole idealizaciones y aprendiendo a separarnos de su imagen interna.

Cuando se produjo la muerte inesperada algo dentro de nosotros se rompió. El yo se desgarró, la seguridad entró en crisis, la autoestima decayó y ahora todo esto necesita repararse. Nos sentimos inútiles y desgraciados, vtenemos que recuperar la confianza en la vida, volver a pararnos y caminar sin miedo. Poco a poco lo vamos logrando. Y a medida que ese objetivo se alcanza va llegando el momento de decir adiós, de poder separarnos, de liberarnos del exceso de equipaje que nos ataba a quien se fue.

Las despedidas nunca son fáciles. En cada despedida revivimos todas las despedidas. Poder despedirse hoy es reelaborar las despedidas pasadas. Desprenderse hoy es desprenderse de todo lo pasado que aún perduraba.

Despedirse es dejar de ser posesivo. Hacer espacio en nuestra vida para nuevos amores, otros afectos diferentes; dar paso a renovadas esperanzas.

Despedirse es haber aprendido la lección de la libertad, de la no dependencia. Quizás ese otro aatado que murió inesperadamente dio su vida para que yo aprendiera, de un modo duro, por cierto, la lección del poder valerme por mismo. Y aunque no haya sido así, es una buena ocasión para enterrar a todos mis muertos, hacerme cargo de mí mismo y, más maduro por el dolor y lo aprendido, proyectar mi vida de un modo más creativo.

Las muertes inesperadas pueden llegar a resonar de muchas maneras en nuestras vidas: terribles, dolorosas, inaceptables; pueden marcarnos y hasta hacernos cambiar los rumbos de la existencia. Lo único que no pueden es pasar desapercibidas.

Quien se despide reconoce que el otro, al que le dice adiós, fue alguien valioso en su vida, pero que él debe seguir adelante contando sólo consigo mismo.