Muerte y trauma

Todo organismo vivo tiene una capacidad determinada de asimilar estímulos y experiencias. Este umbral de reacción está construido a partir de patrones propios de la especie, a los que se agregan otros que pueden ser hereditarios, constitucionales o experienciales. Esto hace que cada quien tenga un grado de mayor o menor resistencia que otros ante las mismas situaciones.

Cuando la excitación recibida va más allá de este límite se puede producir un desequilibrio que se traduce en una variada gama de reacciones, de acuerdo con la naturaleza de los factores que lo están causando, e inclusive puede alcanzar a convertirse en "trauma".

Un trauma es un monto de excitación que la persona no puede descargar y que, al quedar dentro de ella, la desorganiza, lastima y hace sufrir. Esta energía inasimilable que queda dentro del sujeto, que no encuentra caminos de salida, altera su conciencia de un modo radical, lo conmociona tanto psíquica como orgánicamente hasta tal punto que la persona se siente extraña y desconectada de la vida. La muerte sorpresiva tiene este color traumático para quienes quedamos vivos. Es algo que no logramos metabolizar, incorporar y transformar en acción efectiva. Y, como en todo trauma, existe en esta experiencia una tendencia a la rememoración dolorosa de este episodio, a veces en sueños, a veces en plena vigilia.

Sin duda cualquier muerte, aun la esperada, posee algo de este carácter, pero ya nos hemos ido preparando de tal modo que el impacto queda amortiguado por la elaboración de la espera. Uno fue acondicionándose lentamente a una situación que, cuando sobreviene, no lo estremece por la sorpresa sino que lo sobrecoge por el dolor.

La muerte inesperada sobresalta, asusta, pone al hombre frente a un peligro inexplicable, del que se quiere huir, que desordena y hasta paraliza. Por eso frente a ella la mayoría de las personas se desconciertan y van de un lado al otro en busca de una liberación y una comprensión que no llegan.

Así, entre la muerte anunciada y la inesperada, se abre un abismo de vivencias sobre el terreno común de la pena por lo perdido. Ambas son traumáticas, pero una bajo la forma del sobresalto y otra del sobrecogimiento.