Las señales físicas de la ira

Cuando nos enfadamos (igual que cuando tenemos miedo), se dispara el reflejo de «huir o agredir» y, literalmente, nos «calentamos»: la ira genera un subidón de hormonas estresantes como la adrenalina y el cortisol, el cerebro dirige más sangre a los músculos para prepararlos para la huida o la agresión, se incrementa la respiración, el corazón late más deprisa, sube la presión arterial, sube la temperatura corporal, transpiramos, sentimos ansiedad...

Esta reacción puede ser útil en caso de grandes peligros o retos, pero en la vida diaria, frente a las pequeñas crisis, frustraciones o disputas recurrentes, hace muy difícil lograr una resolución constructiva de un conflicto. Por ello, las personas que manejan mal esta emoción suelen tener muchos problemas para relacionarse con los demás, en casa y en el trabajo. El aislamiento social que supone tiene también graves consecuencias en la salud de las personas.