El cuarto de segundo mágico antes del secuestro emocional de la ira

El psicólogo Daniel Goleman habla del secuestro emocional que supone la ira, una respuesta automática del cerebro más primitivo, diseñada para sobrevivir, que secuestra a la parte más racional en un milisegundo y que nos puede llevar a hacer cosas de las que nos arrepentimos enseguida...

Pocas personas aprenden de forma consciente y madura a gestionar la ira. En general, nos enseñan a reprimirla: «¡Cómo te atreves a hablarme así!», «¡No me grites!», «¡Déjame en paz!», «¡Qué desagradable eres cuando te pones así!». En estos casos, cuando la ira estalla es porque no aguantamos más. Entramos entonces en una escalada verbal y física que pone al otro a la defensiva. El psicólogo Daniel Goleman habla del «segundo mágico» que tenemos antes de caer en el secuestro emocional de la ira: es ese momento brevísimo en el que sientes y reconoces de forma consciente las señales físicas de la ira y aún estás a tiempo de respirar hondo y alejarte para que los circuitos más emocionales no te secuestren.

Uno de los filósofos antiguos que mejor comprendía a las personas y que más pistas nos ha dejado sobre cómo gestionar la ira es, sin duda, Séneca, que consideraba la ira como una emoción muy peligrosa porque «levanta una niebla roja en la cabeza» que nos impide tomar buenas decisiones y nos hace ser más débiles. Escribió Sobre la ira para su hermano, Novatus, que tenía fama de tener mal carácter y ser conflictivo.

En esta obra, Séneca ofrece tres buenas pistas para gestionar la ira:

  1. Conoce lo que dispara tu ira: «Tomemos nota de lo que particularmente nos provoca, porque no todos los hombres se sienten heridos en el mismo lugar. Debes aprender qué parte de ti es débil, para que puedas darle la mayor protección posible».
  2. Pregúntate qué suele provocarte más ira.
  3. Ante la ira, tómate un respiro: «La mejor cura para la ira es la espera —asegura Séneca—. Así, la pasión inicial que sientes perderá intensidad y la niebla que nos ofusca podrá disiparse». Fisiológicamente, cuando nos invade una emoción negativa, nuestro cuerpo tarda en torno a unos noventa segundos en procesar las hormonas del estrés y recuperar su estado normal. Si al cabo de ese tiempo sigues pensando en lo que te entristece o enfada, repites el proceso fisiológico y te quedas atrapado en un círculo vicioso. Así que cuando tengas una emoción negativa, en cuanto sientas que disminuye, cambia el foco, haz algo diferente, por ejemplo, generaconscientemente un recuerdo alegre o mira una película divertida, y céntrate en eso.
  4. Sonríe, aunque no tengas ganas: «Deja que la expresión de tu cara sea relajada en vez de fruncir el ceño; tu voz más suave; tus pasos más medidos. Poco a poco, los rasgos exteriores moldearán los rasgos interiores».

Resulta llamativo que las palabras de Séneca, dichas hace siglos, sean tan contemporáneas: la neurociencia y la psicología nos han desvelado en los últimos años que, efectivamente, la ira provoca una descarga química que necesita un tiempo de tranquilidad para poder disiparse. Y, sin duda, los gestos faciales y corporales tienen un impacto potente sobre nuestras emociones.

Hay una relación estrecha entre cuerpo y mente. Compruébalo tú mismo: cuando piensas en algo que te hace feliz, tu corazón late más despacio, porque tienes menos miedo, y sonríes, que es una señal de apertura a los demás. Y lo curioso es que esto funciona también al revés: cuando sonríes, aunque no tengas ganas, generas una química que te hace sentir mejor. La risa incrementa además nuestros niveles de serotonina, una hormona que aporta bienestar. Por lo tanto, si quieres sentirte bien... ¡Sonríe aunque no tengas ganas!

Séneca también destaca otra característica de la ira: que es muy contagiosa, por lo que recomienda que «de la misma manera que en tiempos de plaga nos alejamos de los cuerpos contagiados, cuando elegimos a nuestros amigos debemos fijarnos en su carácter». Y también en esto acertó de lleno, ya que ahora sabemos a ciencia cierta, que las emociones se contagian, literalmente, como un virus: los seres vivos tenemos tendencia a sincronizar y a imitar nuestras expresiones faciales, gestos y forma de hablar... y también a adaptarnos emocionalmente los unos a los otros.