Feng-shui: Consigue un entorno acogedor sin gastar más

«¿Por qué nos sentimos bien en una iglesia hermosa o en los claustros de un espacioso monasterio? ¿Por qué obtienen mejores resultados los alumnos que aprenden en clases con enormes ventanales y mucha luz? ¿Por qué se recuperan mejor y más deprisa los enfermos en algunos modernos hospitales en los que todo son espacios naturales y verdes? ¿Por qué ciertos ambientes de ciudades, viviendas o trabajo generan descontento y agresión? (...). ¿Hemos estado equivocados hasta ahora y posiblemente edificado nuestro entorno alejados de los códigos más primitivos de nuestro cerebro construido durante miles de años?»

El cerebro humano se conformó hace millones de años para vivir en la sabana, rodeado de luz, cielo y naturaleza. Parece que lo hemos olvidado, pero la vida no nos programó para vivir encerrados en espacios reducidos, diminutos, alejados de la vida natural. Acabamos así por las presiones sociales y económicas imperantes... ¿Pagamos un precio por ello? ¿Cómo percibe nuestro cerebro los espacios en los que vivimos actualmente? ¿Cómo afectan a nuestro ánimo o a nuestro rendimiento? ¿Hay una relación entre cerebro y espacio?

Hace unos cinco mil años, los antiguos chinos desarrollaron una disciplina llamada « feng-shui», que literalmente significa «viento-agua», inspirada en una mezcla de intuiciones acerca de cómo nos relacionamos con nuestro entorno. Hoy día, algunas de estas intuiciones están encontrando una explicación científica en la emergente neuroarquitectura, que pretende diseñar entornos donde no solo funcionemos bien en lo físico, sino también en lo mental. La neuroarquitectura empieza a encontrar pistas interesantes para ayudarnos a comprender cómo el hábitat en el que vivimos afecta a nuestra salud física y mental. No se trata únicamente de intuir que el color o el espacio tienen un impacto sobre nuestro estado de ánimo, sino de ir un paso más allá e indagar sobre qué efecto específico tienen los espacios sobre el estrés, las hormonas y el tipo de pensamientos que generamos. Actualmente se está investigando la relación entre espacios amplios y pensamiento creativo; también acerca del poder misterioso de la naturaleza para estimular tanto la concentración como la curación de las personas tras una enfermedad; o sobre el impacto de los edificios y muebles con ángulos afilados sobre la amígdala, implicada en los procesos de defensa y agresión del cerebro. Se trata de conocernos por dentro para lograr concebir edificios y espacios en consonancia con nuestro bienestar no solo físico, sino también mental.

De entrada, algo sí está muy claro: fabricamos más oxitocina y serotonina, relacionadas con la relajación y el disfrute, si nuestros entornos son agradables.

Resulta dudoso que el tipo de diseño que llevamos años aplicando a nuestros hogares, escuelas, hospitales o residencias para la tercera edad, por mencionar algunas de las que han sido más castigadas por la falta de espacio y la negación de la necesidad de cualquier elemento de belleza formal, ayuden a las personas que las habitan a sentirse mejor. Debemos ser racionales y pragmáticos, sin duda, pero sin negar que los elementos arquitectónicos de los distintos espacios, públicos y privados, afectan al ánimo y la forma de pensar de sus moradores. Aunque esto siempre se ha tenido en cuenta para el diseño y construcción de los grandes monumentos, se ha denegado en la vida diaria de la mayoría de los humanos, tan volcadas en la supervivencia de lo físico y en el abandono de lo emocional. Se trata pues de descubrir y reconocer de forma consciente el impacto, positivo o negativo, del espacio que nos rodea en nuestras vidas, en nuestra creatividad, en nuestro ánimo.

Desde un punto de vista muy práctico, ¿podemos mejorar nuestros entornos simplemente reorganizando lo que ya tenemos? En muchos casos, la respuesta es que sí podemos.