Carl Jung: Enfrentarse al misterio de la vida

Aunque no quisiera nunca ser náufraga ni verme obligada a elegir unos pocos libros, si llegase ese día uno de los libros que me acompañaría sería sin duda el bellísimo Memorias, sueños y reflexiones, de Carl Jung, una reflexión vital sobre la psique humana, el sentido de la vida y el autoconocimiento.

El legendario psiquiatra suizo, uno de los fundadores de la moderna psicología analítica, fue discípulo, y más tarde crítico, de Freud. Tenía ochenta y cuatro años cuando emprendió su testamento vital desde su torre, la casa de Bolligen donde murió en 1961 en fecunda soledad, sin electricidad y en comunión estrecha con sus sueños, que seguía analizando, y con la naturaleza que lo rodeaba, en la que él percibía una vida rica y misteriosa.

A Jung le debemos conceptos tan importantes como el inconsciente, la parte oculta de la mente, entendida no solo como fuente de bajos instintos reprimidos como proponía Freud, sino también como pozo de sabiduría repleto de los conocimientos acumulados. En este pozo oculto, afirmaba Jung, se esconden las claves necesarias para lograr lo que él llamó el «proceso de individuación», es decir, hacer aflorar e integrar las dimensiones conscientes e inconscientes, espirituales y filosóficas del ser humano. El individuo que logra esta integración, nos dice Jung, accede a los tesoros que lleva ocultos, aprende a comprender y gestionar mejor sus conflictos individuales y colectivos, y se libera de muchas de las tensiones y urgencias aparentemente incomprensibles que nos persiguen a lo largo de nuestra vida.

Este proceso de individuación, de comprensión, madurez y aceptación de la propia psique, no termina nunca: es una labor que requiere la vida entera. Si no se lleva a cabo, nos dice Jung, viviremos presos de nuestra propia ignorancia, de nuestros miedos y traumas ocultos, y seguiremos atrapados en mecanismos repetitivos sin desatascar: «Cuando una situación interna no se hace consciente, aparece en tu vida exterior como si fuese el destino», nos dice Jung, y también: «Cuando solo vivimos en la parte consciente y evidente de la mente y de la vida, nos refugiamos en un lugar limitado y frustrante y damos la espalda a una dimensión humana imprescindible para una buena salud psíquica y mental. Esa es nuestra misión de vida»:

«TODO APUNTA A QUE LA ÚNICA RAZÓN DE SER DE LA VIDA HUMANA ES ENCENDER UNA LUZ EN LA OSCURIDAD DE LA SIMPLE EXISTENCIA».

Sin embargo, Jung es muy consciente del dolor que entraña para las personas aprender a conocerse y evolucionar: «No podemos acceder a una mayor conciencia sin dolor. La gente hace cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma».

Para Jung, el drama de las personas en los tiempos modernos es que vivimos en una dimensión exclusivamente materialista y damos la espalda a las imágenes y anhelos hasta hace poco presentes a través del arte y de las religiones, y que representan otras dimensiones misteriosas de la vida. «La pregunta decisiva para cada persona es: ¿Tengo relación con algo infinito o no? Mientras que la persona que se desespera camina hacia la nada, la que ha puesto su fe en los arquetipos sigue el camino de la vida... Ambos, desde luego, viven sin certezas, pero el primero vive contra sus instintos; el segundo, con ellos.»