Los taoístas: Aumenta tu carisma y tu energía

¿CUÁNDO TE SIENTES MÁS VIVO?

Si me hago esta pregunta, me veo arrastrando un kayak desde la orilla para salir de mi playa favorita en las rías altas gallegas. Es mi momento preferido: tengo los pies en el agua transparente y helada, a media pierna. Todavía es fácil arrastrar la barca por encima de las pequeñas olas que rompen contra nosotros. Intuyo que en breve ya no será fácil subir a la embarcación, así que salto y agarro el remo. Miro al horizonte y veo que el mar está un poco picado: en un par de minutos las olas intentarán volcarnos, a mi kayak y a mí. A la vuelta del promontorio sobre el que se alza una ermita está el puerto, mi puerto. Sonrío y hasta río porque anticipo la batalla para llegar hasta allí. Empiezo a remar, cabalgo las olas, cada vez más fuertes. Cuando una ola más alta de lo esperado intenta hacerme perder el equilibrio, me agarro al remo, hundo las palas en el mar verde oscuro y cuento en voz alta para darme ritmo. ¡Ah!

¡Una ola me ha atravesado entera! ¡Sigue, sigue remando! ¡Estoy completamente empapada! Y estalla la risa en ese instante, siempre la risa. Me siento fuerte, vital, compañera de las olas, sin miedo.

En el mundo entero, y a través de la noche de los tiempos, los humanos hemos intentado encontrar la fuente de la eterna juventud. A falta de ese sueño sin cumplir, queremos saber cómo sentirnos lo más pletóricos posible, ¡llenos de energía, de vitalidad, de fuerza!

Una imagen de vitalidad que nos inspira es la que proyectan los dioses en todas las culturas. ¡Siempre hemos querido, literalmente, parecernos a Dios! En la Grecia antigua, Empedocles y Platón cultivaban lo divino dentro de sí mismos. Los Upanishads, en la India, enseñaban a las personas a acceder a su esencia divina a través de la meditación y de la respiración. Claro que la Iglesia consideraba que estos anhelos eran heréticos: proclamaban una supuesta división absoluta entre Dios y la humanidad. Pero los humanos no hemos cejado en nuestra búsqueda de aquello que nos hace sentir más pletóricos, más «divinos».

¿CÓMO PODEMOS CONSEGUIRLO?

Los expertos nos dicen que hay muchas cosas que nos hacen sentir más vivos. El ejercicio es una de ellas, una forma segura y muy popular de generar subidones hormonales de adrenalina o endorfinas que nos empapan y, durante unos minutos, nos hacen sentir bien, vitales, cargados de energía.

El texto místico chino más antiguo, el taoísta Entrenamiento interior, llama a esa

El texto místico chino más antiguo, el taoísta Entrenamiento interior, llama a esa energía palpable que sientes circular dentro de ti qi. Los indios lo llaman PRANÁ, y los griegos PNEUMA, el soplo de la vida, del alma, del espíritu. Lo sentimos también en muchos otros momentos especiales: cuando acabas de dar una buena charla ante un auditorio receptivo, cuando te sientes parte de la gente en un concierto, durante una charla con un buen amigo... ¡Cuando sientes eso, vivir es algo realmente excitante!

Pero lo cierto es que en general no logramos generar esta sensación todo el tiempo,

¡ni siquiera una gran parte del tiempo!

¿PODEMOS CAPTURAR, GENERAR Y DISFRUTAR DE ESA SENSACIÓN DE VITALIDAD Y PLENITUD MÁS VECES? ¿CÓMO LO HACEMOS?

Los antiguos chinos tienen una respuesta a esta pregunta. Para ellos, el mundo está hecho de qi, de energía vital. Todo está lleno de qi: los seres vivos y las cosas inanimadas. Pero la energía de las cosas inanimadas del cosmos es de baja calidad: las rocas, el barro y la tierra tienen un qi opaco, denso.

Lo que de verdad nos hace sentir bien, dicen los antiguos chinos, es el qi de buena calidad, refinado y etéreo. Es una energía espiritual, divina. Cuando tenemos esta energía, la contagiamos a los demás e influimos en sus vidas. Para los taoístas, ese es el secreto del carisma y de la energía.

Pero los humanos, nos dicen, nacemos con una mezcla de energía de baja calidad

—la energía que tienen las rocas y los objetos inanimados— y de energía superior, divina. Con el paso del tiempo, pesa cada vez más la energía inferior. Nos volvemos opacos.

Es fácil volverse opacos, nos dicen los antiguos sabios, porque todo afecta y desgasta la energía refinada. Michael Puett y Christine Gross-Loh, en su libro The Path, nos da muchos ejemplos de cómo desgastamos nuestra energía vital: una discusión con nuestra hermana, la frustración de los atascos diarios, el estrés de no llegar a cumplir con los objetivos en el trabajo, los celos por el éxito de un amigo, las peleas con una pareja, la ansiedad por el futuro... ¡Es una faena! ¿Podemos hacer algo para mejorar nuestra energía vital? Para recuperar nuestra energía, muchos intentamos retirarnos del mundo: tomarnos un café, ir al cine, irnos de vacaciones... Intentamos así recuperar nuestro equilibrio. Pero es una estrategia poco eficaz, porque en cuanto regresas a tus circunstancias habituales empiezas a desgastarte y estresarte de nuevo.

En la China clásica, tenían otra técnica. Trabajaban para conseguir a diario un equilibrio entre lo que ellos consideraban las cinco virtudes básicas: la bondad, el decoro, el conocimiento, hacer tus rituales y la perspicacia.

Todas ellas no son, evidentemente, las virtudes más populares en Occidente, pero resulta interesante considerarlas desde la perspectiva oriental. Los antiguos chinos recomendaban cultivar estas virtudes de forma equilibrada. ¡Se trata de no exagerar una de esas virtudes a costa de otra! El exceso o defecto en cualquiera de ellas indicaba un desajuste, un mal uso de nuestra energía vital.

Es un sistema de gestión emocional sugerente: cada virtud modula y gestiona a la otra. Un exceso de perspicacia, por ejemplo, podría ser nefasto para la bondad. Un exceso de bondad puede provocar que seamos ingenuos, poco perspicaces, excesivamente «buenos». ¡Todas las virtudes se regulan las unas a las otras!

En algo estamos de acuerdo los antiguos chinos y los occidentales modernos: para tener más y mejor energía, hay aspectos de la vida diaria que requieren cuidado. En general, ellos afirmaban que cuidarnos en lo físico nos ayuda a cuidarnos en lo emocional, así que recomendaban, por ejemplo, mantener una postura corporal firme y recta, y también hacer ejercicios de respiración.

¡Y cuánta razón hay en ello! La neurociencia nos dice hoy que cada emoción deja una huella en el cuerpo. Y que cada expresión facial y corporal genera una determinada química en el cerebro, es decir, afecta a nuestras emociones. Esto último la ciencia todavía no sabe explicarlo, solo puede constatarlo a través de numerosos estudios e investigaciones.

Donde solemos discrepar occidentales y antiguos sabios orientales es en la naturaleza y el efecto de la energía vital. En Occidente, solemos pensar que lo que nos hace ser más vitales es la fuerza, la dominación, el poder sobre los demás. Nuestros expertos nos recomiendan estrategias de comunicación para ser más «carismáticos».