La medicina energética es una filosofía holística que en­seña lo siguiente: «Yo soy responsable de la creación de mi salud; por lo tanto, en cierto sentido yo participé en la creación de esta enfermedad. Puedo participar en la curación de la enfermedad sanándome yo, lo que significa sanar al mis­mo tiempo mi ser emocional, psíquico, físico y espiritual.»

Curación total y cura no son lo mismo. Se produce una «cura» cuando la persona ha logrado controlar o detener el avance físico de una enfermedad. Curar una enfermedad fí­sica, sin embargo, no significa necesariamente que se haya aliviado también el estrés emocional y psíquico que forma­ba parte de ella. En este caso es muy posible, y con frecuen­cia probable, que la enfermedad reaparezca.

El proceso de la cura es pasivo, es decir, el paciente se in­clina a ceder su autoridad al médico y al tratamiento pres­crito, en lugar de desafiar activamente la enfermedad y re­cuperar la salud. La curación total, en cambio, es un proceso activo e interno que implica investigar las actitudes, los re­cuerdos y las creencias con el deseo de liberarse de todas las pautas negativas que impiden la total recuperación emocio­nal y espiritual. Esta revisión interna conduce inevitable­mente a la revisión de las circunstancias externas, con el fin de recrear la vida de modo que active la voluntad: la volun­tad de ver y aceptar las verdades de la propia vida yde la for­ma en que se han utilizado las energías, y la voluntad de uti­lizar la energía para crear amor, autoestima y salud.

El lenguaje de la medicina oficial tiene un tono más mi­litar que el de la medicina energética: «El paciente fue ata­cado por un virus»; o bien: «Una sustancia contaminó el te­jido celular, produciendo un tumor maligno.» La filosofía de la medicina oficial considera al paciente una víctima inocen­te, o prácticamente impotente, que ha sufrido un ataque no provocado.

En la medicina oficial, el paciente sigue un tratamiento prescrito por el médico, de modo que la responsabilidad de la curación la tiene el médico. Si el paciente colabora o no con su médico es un hecho que ciertamente influye en el tra­tamiento, pero su actitud no se considera importante para el proceso, ya que los medicamentos y la cirugía son los que hacen la mayor parte del trabajo. En las terapias holísticas, por el contrario, la disposición del paciente para participar plenamente en su curación es necesaria para el éxito.

Las medicinas holística y oficial adoptan dos actitudes di­ferentes respecto al poder: activa y pasiva. Los tratamientos con sustancias químicas de la medicina oficial no requieren ninguna participación del paciente; en cambio una técnica holística, como la visualización, por ejemplo, es mejorada, in­tensificada, por un paciente activo e implicado. Es decir, se produce una conexión energética entre la conciencia del pa­ciente y la capacidad curativa de la terapia ya veces incluso del terapeuta. Cuando la persona es pasiva, es decir, adopta la actitud de «hágamelo», no sana totalmente; puede recupe­rarse, pero es posible que jamás trate realmente el origen de la enfermedad.

Adquisidores

La madre que sufría de depresión y dolor crónico de cue­llo y espalda es un ejemplo de persona que sólo tiene poder pasivo. Este tipo de persona dependiente cree que debe ex­traer poder del ambiente externo y de otras personas, o por medio de ellas. Consciente o inconscientemente, piensa: «So­la no soy nada.» Este tipo de persona busca adquirir poder mediante el dinero, la posición social, la autoridad política, so­cial, militar o religiosa, y la relación con personas influyentes. No expresa francamente sus necesidades, sino que se hace ex­perta en tolerar o manipular situaciones insatisfactorias.

En el sistema energético humano, las interacciones de la persona con su entorno se pueden comparar con circuitos electromagnéticos. Estos circuitos recorren todo el cuerpo y nos conectan con objetos externos y otras personas. Nos sentimos atraídos hacia objetos o personas poderosos, u «ob­jetivos de poder», para introducir ese poder en nuestro sis­tema. Pero esa conexión con un objetivo de poder extrae una parte de poder de nuestro campo y lo sitúa en el objetivo. Al principio yo consideraba simbólicos estos circuitos de ener­gía, pero he llegado a creer que en realidad son verdaderos caminos de energía.

Con mucha frecuencia oigo decir a per­sonas que se sienten «enganchadas» a otra persona o a una experiencia del pasado. Algunas comentan que se sienten «agotadas» después de estar con cierta persona o en un de­terminado ambiente. De hecho estas palabras corrientes des­criben mejor de lo que podríamos pensar la interacción de nuestro campo energético con nuestro entorno.

Cuando una persona dice que está «enganchada» a alguien o algo de un modo negativo, o se identifica excesivamente con un objeto o posesión, inconscientemente está realizando un diagnóstico intuitivo, está identificando el modo en que pierde po­der. A estas personas yo las llamo adquisidoras.

El tipo más extremo de adquisidor es el adicto. Al mar­gen del tipo de adicción que tenga la persona (drogas, alco­hol o dominio sobre los demás), sus circuitos energéticos es­tán tan absolutamente conectados con el objetivo que ya no pueden hacer uso de su capacidad de razonar. En un semi­nario que di en Dinamarca para personas que eran seropositivas o ya habían desarrollado el sida, me encontré ante un caso que ilustra trágicamente las consecuencias energéticas de una adicción. Había allí una mujer llamada Anna, que ha­bía contraído el virus del sida debido a su ocupación, la pros­titución. Anna tenía modales de niña y era muy menuda. También cojeaba, porque hacía un mes uno de sus «clientes» le había roto varias costillas.

En un momento dado hablé de lo que necesita hacer una persona para superar una enfermedad grave. Dije que las adicciones, por ejemplo, al tabaco, a las drogas o al alcohol, restan valor al proceso de curación. Durante uno de los des­cansos Anna se acercó a mí y me dijo: «Pero, Caroline, ¿qué daño puede hacer fumar sólo dos cigarrillos al día?» Al mi­rarla comprendí que si yo hubiera tenido en una mano la cu­ra para el sida y en la otra un cigarrillo, y le hubiera dado a elegir entre ambas cosas, su mente habría elegido la cura pa­ra el sida, pero todos sus circuitos energéticos habrían ido directamente hacia ese único cigarrillo.

Es imposible insistir lo suficiente en este punto: los ob­jetivos a los que conectan sus circuitos energéticos los ad­quisidores son personas o cosas a las que les han cedido su poder, concretamente el poder de dominarlos. La adicción de Anna a los cigarrillos tenía más autoridad sobre ella que su deseo de sanar. Incapaz de tomar decisiones capacitadoras pa­ra ella, estaba atada a un hábito de dejar su energía en manos de otros, casi siempre a su chulo y a sus cigarrillos, los dos objetivos de poder que la dominaban totalmente. La curación estaba fuera de su alcance porque, en esos momentos, su po­der sólo existía fuera de los límites de su cuerpo físico.

No es fácil para la mente competir con las necesidades emocionales. Anna sabía muy bien que tanto su ocupación como su adicción a los cigarrillos eran peligrosas para su sa­lud. Pero emocionalmente seguía anhelando el tabaco por­que creía que la relajaba, y continuaba con su chulo porque creía que éste cuidaba de ella. Su mente había racionalizado su aferramiento emocional, y quería negociar su proceso de curación proponiendo que dos cigarrillos no podían dañar su salud. Su incapacidad para superar sus adicciones, la incapacitaba para recuperar su poder de sanar.

No es la mente, sino nuestras necesidades emocionales las que controlan nuestra adhesión a los objetivos de poder. El famoso dicho «el corazón tiene razones que la razón no comprende» capta perfectamente esta dinámica. Inevitable­mente, a la persona adquisidora le resulta muy difícil utili­zar su intuición. Su propia estima está tan adherida a la opi­nión de su objetivo de poder que automáticamente niega cualquier información que le transmita su intuición. La in­tuición clara precisa la capacidad de respetar las propias im­presiones. Si necesitamos que otra persona dé validez a nues­tras impresiones, obstaculizamos enormemente nuestra capacidad de intuir.

Puesto que la curación no es negociable, el reto es mu­cho mayor para las personas adquisidoras que para las que tienen un sentido de poder activo. Sanar es, por encima de todo, la tarea de una sola persona. Nadie puede sanar por otro. Podemos ayudar a otras personas, ciertamente, pero nadie puede, por ejemplo, perdonar a alguien en nombre de otra persona, ni tampoco hacer que otra persona se libere de recuerdos o experiencias dolorosos que necesita liberar para sanar. Dado que la naturaleza misma del poder pasivo es «poder mediante adhesiones», va en contra de toda la bio­logía de una persona adquisidora soltar o separarse de los objetivos que agotan su energía. Estas personas están casi programadas para los tratamientos de la medicina oficial, lo que no siempre es necesariamente negativo; el tratamiento oficial es la forma de curación más apropiada para ellas mien­tras continúen pasivas.

Reorientar el poder

Lamayoría de las personas que asisten a mis seminarios lo hacen porque comprenden que necesitan cambiar de vi­da. Algunas tienen miedo de dejar a su pareja o su trabajo, mientras que otras desean encontrar una manera de sopor­tar una situación incompatible con sus necesidades emocio­nales. No podría nicomenzar a calcular el número de veces que alguien me ha dicho: «Creo que estaba mejor antes de darme cuenta de lo infeliz que soy.»

Una vez que tomamos conciencia de nuestras necesida­des emocionales es imposible olvidarlas. Una vez que cono­cemos el origen o la causa de nuestra infelicidad, no pode­mos borrar ese conocimiento. Tenemos que elegir, tomar decisiones. La capacidad de elegir es un poder activo, y la sensación de tener poder activo es a la vez emocionante y te­mible, porque hace que deseemos cambiar esas partes de nuestra vida que ya no son apropiadas, y cambiarlas nos es­timula a poner en tela de juicio otros aspectos que no son sa­tisfactorios.

Cambiar la vida suele ser difícil debido a las lealtades que tenemos. Normalmente aprendemos la lealtad dentro de la estructura familiar y en conexión con la familia. La lealtad hacia uno mismo, sin embargo, es una virtud totalmente dis­tinta, y adherirse a ella puede provocar un tremendo cata­clismo en la familia. Ser leal a sí misma podría, por ejemplo, hacer que una mujer reconozca que ya no puede continuar en su matrimonio. En lo que respecta a hacer partícipe de esa información a su marido, se le dirá: «Piensa en tus hijos.» Su caso es un ejemplo muy común de lealtad al grupo que está en conflicto con la lealtad a uno mismo. Mientras vivimos en una situación insatisfactoria, tal veztratamos de respetar por un tiempo las exigencias de la lealtad al grupo y evitamos pensar en nuestras necesidades emocionales personales. En algún momento, no obstante, nuestro cuerpo emocional ad­quiere el poder suficiente y la mente ya no logra engañar al corazón. La esposa infeliz o bien acaba en una permanente confusión personal por continuar en el matrimonio o bien decide divorciarse, presa de un sentimiento de culpabilidad por haber sido desleal al grupo, su familia. La verdad es que no hay muchas maneras de introducir con éxito las necesi­dades personales en una circunstancia que se creó antes de saber cuáles eran esas necesidades.

Julie asistió a uno de mis seminarios porque sufría de gra­ve cáncer de ovario y de mama. Desde hacía varios años su matrimonio no funcionaba bien. Deseaba sanar del cáncer, pero vivía con un hombre que la trataba con total desprecio, costumbre que había comenzado dos años antes de que se ca­saran. Solía decirle que sólo verla le causaba repugnancia, pe­se a que ella era muy atractiva. Para ganarse su aprobación, ella se dejaba morir de hambre y hacía ejercicio. Se definía co­mo maestra de la manipulación; empleaba la manipulación para soportar su matrimonio aunque con eso no conseguía lo que deseaba. Cuando quería que él le prestara atención, se in­ventaba interesantes historias sobre personas que decía haber conocido mientras hacía la compra. Una vez lo telefoneó a la oficina para decirle que un hombre había intentado violarla cuando estaba haciendo jogging. Pero inventara lo que in­ventase, nada conseguía atraer su interés o su respeto.

El dinero era otro problema entre ellos. Aunque él ga­naba mucho, le daba muy poco para los gastos domésticos y personales, y exigía que le rindiera cuenta de hasta el últi­mo céntimo. A pesar de esa humillación, a Julie nunca se le ocurrió buscar un trabajo porque creía que no tenía ningu­na habilidad laboral.

La actividad sexual había acabado a los dos años de ma­trimonio. Los esfuerzos que hacía ella por mantener viva esa parte de su relación conyugal la humillaban más aún. Cuan­do le diagnosticaron cáncer, su marido se negó a dormir en la misma cama con ella. Su reacción ante ese rechazo fue dor­mir en el suelo, en el pasillo de entrada al dormitorio. Todas las mañanas, él pasaba por encima de ella para entrar en el cuarto de baño, y de vez en cuando la insultaba cuando ella lo miraba y le pedía ayuda.

Le pregunté por qué no lo dejaba y ella contestó que nunca había sido capaz de cuidar de sí misma ni emocional ni económicamente, y que en esos momentos necesitaba más que nunca que él la cuidara. Lo irónico es que siempre que hablaba de su marido aparecía una expresión soñadora en su cara, casi como sí estuviera hechizada, y decía que él era un hombre muy cariñoso y que simplemente estaba agobiado por los negocios. La quería de verdad, añadía; simplemente, le costaba demostrar afecto.

Cuando le sugerí que viera a un psicoterapeuta me dijo que su marido pensaba que los terapeutas no hacen ningún bien, así que no podría ir. También le dije que recuperaría al­go de fuerzas si comía alimentos nutritivos, entre ellos un in­tenso programa de vitaminas con una dieta sana. Contestó que si su marido lo aprobaba, lo haría.

Desde el punto de vista de la energía, es significativo que Julie desarrollara un cáncer en los órganos femeninos, pri­mero en los ovarios y después en la mama. Su enfermedad simbolizaba sus sentimientos ante el rechazo como mujer. Como leerá en el capítulo siguiente, los órganos sexuales contienen nuestra energía biográfica, la de nuestras relacio­nes con las personas y la de nuestra manera de ser en nues­tro entorno. Julie era incapaz de verse a sí misma con poder personal porque, para ella, la fuente de seguridad era su marido; su biología recibía constantes «señales de impotencia». Julie murió antes de que acabara el año.


Figura 2: Mujer cuyos circuitos de energía van hacia su marido

Figura 2: Mujer cuyos circuitos de energía van hacia su marido

Dado que esta mujer depende totalmente de su marido, todos sus circuitos de energía están adheridos al campo energético de él. La con­secuencia de este desequilibrio es que a la mujer no le queda nada de energía para mantener sano su cuerpo, y al mismo tiempo genera en el marido una sensación de ser «ahogado».


El tipo de personas que tienen un poder activo son muy diferentes de las adquisidoras como Julie. Son «auto motivadoras», consideran una prioridad el cuidado de sí mismas, y sus circuitos de energía están adheridos al conocimiento, la fuerza y la vitalidad emocional. Una persona auto motivadora es capaz de hacer cualquier cosa que sea necesaria para mantener el equilibrio entre cuerpo, mente y alma.

A semejanza de Julie, Joanna formaba parte de un ma­trimonio disfuncional y desarrolló un cáncer de mama. Si bien su matrimonio no era la historia de horror emocional de Julie, tenía sus problemas. Su marido, Neil, buscaba la compañía de otras mujeres. Ella lo sabía, pero trataba de ha­cer la vista gorda. Con el fin de soportar el adulterio de su marido, comenzó a asistir a seminarios de capacitación de mujeres y, gracias a ellos, finalmente vio que el compor­tamiento de Neil violaba sus límites emocionales. Antes de esos seminarios jamás se le había ocurrido pensar que tenía esos límites emocionales personales. Como hacen muchas personas, se había casado con la idea de que dos personas de­ben transformarse en un solo sistema emocional.

Joanna no tardó en comprender que su cáncer de mama (la zona del cuerpo relacionada con la acción de dar y nutrir) sólo sanaría si tomaba medidas para respetarse, para desa­rrollar su autoestima. Fue fortaleciéndose en ella la imagen de una persona fuerte; al considerarse «individuo» comen­zó a relacionarse consigo misma de un modo que antes le ha­bría parecido imposible, dado que su concepto de identidad siempre había necesitado un cónyuge.

Cuando reconoció sus necesidades, ejercitó su recién ad­quirida autoridad enfrentándose a Neil y exigiéndole que cumpliera las promesas del matrimonio. Él le prometió cam­biar de comportamiento, pero la promesa duró menos de un mes. Finalmente Joanna comprendió que no lo conseguiría, y que ella había cambiado tanto que ya no podía aceptar esas violaciones emocionales. Si quería sanar del cáncer tenía que apartarse de la situación que le estaba arruinando la salud. Se divorció de Neil y se recuperó del cáncer.

Los grupos de apoyo para personas enfermas suelen in­ducir a éstas a redefinirse a sí mismas. Reconociendo sus ne­cesidades y evaluando sus vidas según ellas mismas, admiten que sus circunstancias actuales no son aceptables para la persona en que se están transformando ni conducen a la curación. Comprenden que tienen que tomar medidas para cambiar. En el proceso de la curación aprenden a separar­se de los objetos o las personas que les roban la fuerza del cuerpo.

La necesidad de cambio convierte la curación en una ex­periencia aterradora para muchas personas. Consciente o in­conscientemente, saben que desenchufar sus circuitos ener­géticos de un objetivo de poder es lo mismo que decirle adiós. Entran en un perturbador limbo donde desean sepa­rarse de su objetivo de poder y a la vez seguir aferradas a él. Algunas personas terminan por intentar vivir en los dos mundos de forma simultánea, sin habitar totalmente el que ya no les viene bien ni pasar totalmente al otro. Así es como muchas personas hacen el viaje al pozo de la curación y, una vez que llegan allí, descubren que no pueden beber de él.

La curación exige actuar. No es un acontecimiento pasi­vo. Estamos hechos para utilizar nuestros recursos interio­res, a fin de encontrar la fuerza material para dejar atrás cre­encias y comportamientos anticuados y vernos de un modo nuevo y sano.

Aprendizaje de la visión simbólica

En la segunda parte, cuando explique los temas del po­der que están tejidos en nuestra psique y nuestra biología, trate de diagnosticar su relación con cada uno de los siete centros de poder de su cuerpo. Conviértase en el sujeto de su primera evaluación intuitiva. Mientras lo hace, descubri­rá que cada vez toma más conciencia del extraordinario mun­do que está detrás de sus ojos. En último término aprende­rá la visión simbólica, la capacidad de utilizar la intuición para interpretar los símbolos de poder de su vida.

A modo de punto de partida le ofrezco las siguientes di­rectrices. Cuando una persona desea ver más, la curación es inevitable. Pero necesita un método interior de asimilar es­ta información para hacerla real.

Lo primero y principal es centrar la atención en aprender a interpretar simbólicamente los desafíos de la propia vida, en­contrarles un sentido. Piense y sienta cómo éstos se conectan con su salud. Preste atención diariamente a los desafíos que se le presenten y al modo en que su mente y su espíritu reaccio­nan ante ellos. Observe qué le hace perder poder y dónde sien­te la pérdida. Evalúe la actividad espiritual y biológica que se produce a consecuencia de ello.

Segundo, considérese en todo momento un ser energé­tico yfísico a la vez. Su parte energética transmite y registra todos sus pensamientos e interacciones. Tenga presente en todo momento que su biografía se convierte en biología. Ad­quiera la costumbre de evaluar a las personas, las experien­cias y la información que permite entrar en su vida. El desa­rrollo de la visión simbólica comienza por la intención: conscientemente y con regularidad, evalúe sus interacciones y el modo en que éstas influyen en su poder emocional y fí­sico. Y recuerde que si tiene un programa particular, es de­cir, si desea ver las cosas de cierta manera, obstaculizará la recepción de la información energética.

Tercero, realice cada día auto-evaluaciones de su energía. Cuando tenga práctica sólo le llevará unos momentos hacer la auto exploración. Para practicar, utilice el modelo del sis­tema energético humano que presento en el capítulo 2 a mo­do de referencia. Reflexione sobre cada centro de poder du­rante uno o dos minutos, con tranquilidad y objetividad. No espere a enfermar para ocuparse de la salud de su sistema energético. Aprenda a percibir el estrés que se va acumulan­do en su campo energético y tome medidas para sanar en ese plano. Convierta la auto-evaluación en un hábito.

Cuarto, cuando descubra una fuga de energía, concéntrese solamente en los aspectos esenciales que pueden ser­virle para recuperar la energía. Hágase siempre la pregunta: «¿Por qué estoy perdiendo energía?» Para sanar cualquier desequilibrio, sea energético o físico, siempre debe hacer in­tervenir la mente y el corazón. Esfuércese en ver más allá de los componentes físicos de una crisis. Remítase a las siete ver­dades sagradas de la energía (tal como las presento en el ca­pítulo 2). Una o más de esas verdades estarán relacionadas con esa situación estresante. Pregúntese cuál de esas verda­des está representada simbólicamente en la situación.

Por ejemplo, si tiene una crisis laboral, tal vez le con­venga remitirse a la verdad sagrada Respétate a ti mismo[ni­vel tres]. Ésta muy bien podría hablarles a los problemas que le están ocurriendo. Asiéndose a esa percepción, sale de la arena movediza de la ilusión, se eleva a la altura espiritual o simbólica que necesita para interpretar su situación de mo­do impersonal y para aprender la lección de poder que esa situación le presenta.

La instrucción espiritual nos enseña a mantener el enfo­que sobre nosotros mismos, no de modo egocéntrico sino como una manera de manejar conscientemente nuestra ener­gía y nuestro poder. Así, la quinta tarea consiste en averiguar qué le quita poder, no quién. Comprenda que la persona que parece estar agotándole la energía en realidad es una parte de usted. Por ejemplo, si tiene envidia de alguien, lo importan­te para usted no es esa persona, sino el lado oscuro de su na­turaleza que se refleja en ella. En realidad, esa persona le sirve de maestra. Concentrarse en la persona de quien tie­ne envidia no lo va a sanar. Con eso sólo conseguirá que se le presenten más maestros, cada uno más fuerte que el ante­rior. Su tarea consiste en aprender la lección que el maestro tiene para usted, en lugar de sentir resentimiento hacia el ma­estro,

Cuando llega a la conclusión errónea de que determina­da persona es la causa de su agotamiento, se desliza hacia el miedo y la acusación. Necesita enfocar correctamente su centro de poder y concentrarse en él hasta que obtenga una impresión del tipo de poder que esa persona tiene en rela­ción con usted. Cuando fija la vista en la lección, yno en el maestro, ha logrado un importante beneficio de visión sim­bólica: ve cómo le llega la verdad mediante el desafío o la di­ficultad.

Sexto, simplifique sus requisitos para sanar. Los requi­sitos para sanar cualquier enfermedad son esencialmente los mismos. Considere la enfermedad un trastorno del poder, casi un mal funcionamiento técnico. Una vez que ha identi­ficado la verdad sagrada que está relacionada con su situa­ción, organice su proceso de curación interna con cualquier tratamiento de la medicina oficial que sea esencial, y aténga­se a su programa. Recurra a cualquier tipo de apoyo que ne­cesite y utilícelo correctamente. Tenga presente que la tarea es pasar por las heridas, no instalarse en ellas. No pierda tiempo en pensar, actuar u orar como una víctima. Sentirse víctima sólo aumenta la enfermedad o el problema, y si se convirtiera en un estado mental permanente, podría consi­derarse una enfermedad en sí misma.

Haga todo lo que sea necesario para apoyar y sustentar su cuerpo físico, como por ejemplo tomar los medicamen­tos apropiados, mantener un programa de ejercicios diarios y nutrirse adecuadamente. Al mismo tiempo, haga todo lo necesario para que se produzca la curación; por ejemplo, de­jar un trabajo o un matrimonio estresante, emprender la práctica de la meditación, o aprender a esquiar. Lo que im­porta aquí no son los cambios concretos que haga, sino ha­cer realmente los cambios que requiera la curación.

Hablar no sana; actuar, sí. Si bien es esencial mantener una actitud positiva, sea cual fuere la enfermedad, la cura­ción precisa dedicación y compromiso. La visualización no dará resultados si sólo se practica una vez a la semana, y na­die se pone en forma con una sola visita al gimnasio a la semana. Sanar el propio cuerpo o las dificultades de la vida, o desarrollar la visión simbólica, requiere práctica y atención diarias. Sanar una enfermedad en particular puede ser una ocupación de jornada completa, aunque es posible simplifi­car los pasos necesarios para realizar la tarea.

Si una persona utiliza un «paquete» de curación com­plejo, es decir, varios terapeutas y terapias diferentes, varios médicos, varios programas de hierbas y vitaminas, pero ha­ce poco o ningún progreso, quizá sea porque ella misma es­tá obstaculizando su curación. Tal vez, en cierto sentido, sa­nar le supone una amenaza mayor de lo que imagina. Tal vez es incapaz de dejar atrás algo del pasado, o tal vez su cura­ción alteraría el equilibrio de poder entre ella y otra perso­na. Tiene que usar la cabeza para pensar en ello porque, evi­dentemente, algunas enfermedades son más graves que otras, y el hecho de que no haya curación no siempre indica que la persona la está obstaculizando. Pero sí diez terapias y tera­peutas diferentes no bastan para aportar cierto grado de cu­ración a su vida, quiere decir que debe pensar en la posibilidad de un obstáculo consciente o inconsciente, o en la posibili­dad de que su curación exija prepararse para abandonar la vida física.

Séptimo, simplifique su espiritualidad, Todos mis estu­dios terrenos sobre el cielo me han llevado a la conclusión de que el cielo no es un reino complicado; por lo tanto, la teo­logía personal no debería ser complicada. Intente creer so­lamente lo que el ciclo ha declarado esencial. Por ejemplo:

  • Todas las circunstancias se pueden cambiar en un momento dado, y toda enfermedad se puede curar. Lo Divi­no no está limitado por el tiempo, el espacio ni los intere­ses físicos humanos,

  • Sea consecuente: viva lo que cree.

  • El cambio es constante. Lavida pasa por fases de cam­bios difíciles y por fases de paz. Aprenda a avanzar con la corriente del cambio en lugar de intentar impedir que ocurra.

  • Jamás espere que otra persona le dé felicidad; la felicidad es una actitud y una responsabilidad interior y personal.

  • La vida es esencialmente una experiencia de aprendizaje. Todas las situaciones, retos y relaciones contienen algún mensaje que vale la pena aprender o enseñar a otros.

  • La energía positiva funciona con más eficacia que la ener­gía negativa en todas y cada una de las situaciones.

  • Viva en el momento presente y practique el perdón a los demás.

No ganamos nada creyendo que el cielo «piensa y actúa» en forma compleja. Es mucho mejor, y más eficaz, aprender a pensar como piensa el cielo, en forma de verdades sencillas y eternas.

Con toda probabilidad hacemos la vida mucho más com­pleja que lo que tiene que ser. Conseguir salud, felicidad y equilibrio energético se reduce a centrar más la atención en lo positivo que en lo negativo, y a vivir de una manera espiritualmente coherente con lo que sabemos que es la verdad. Comprometerse con esos dos principios es suficiente para que el poder que nuestro sistema biológico divino contiene influya en el contenido y la dirección de nuestra vida.

Todos estamos hechos para aprender las mismas verda­des y permitir que nuestra divinidad trabaje en nuestro in­terior y a través de nosotros; esta tarea es sencilla, aunque dista de ser fácil. Cada uno de nosotros tiene decorados y personas diferentes en su vida, pero los desafíos que éstos re­presentan son idénticos para todos, como también lo son las influencias que esos desafíos ejercen en nuestro cuerpo y es­píritu. Cuanto más capaces somos de aprender esta verdad, más podemos desarrollar la visión simbólica, la capacidad de ver más allá de las ilusiones físicas y de reconocer las leccio­nes que nos presentan los desafíos de la vida.