Primera fase: Revolución

El desarrollo de la autoestima requiere un acto de revo­lución, o de varias mini revoluciones, mediante el cual nos separamos del pensamiento grupal y establecemos nuestra propia autoridad. Es posible que de pronto veamos que nuestra opinión difiere de la de nuestros familiares o amis­tades, pero en cualquier caso tendremos dificultad para li­berarnos de la energía del grupo, cuya fuerza depende del número y de la oposición contra la mayoría de las expresio­nes de individualidad.

El acto de encontrar nuestra voz, aunque sea en mini­ revoluciones, es importante espiritualmente. La madurez espiritual no se mide por la complejidad de las opiniones de una persona, sino por su autenticidad y el valor necesario pa­ra expresarlas y mantenerlas. Al decir valor no me refiero a la tozudez intratable de dos personas enzarzadas en una dis­cusión; esa dinámica es un juego de poder del segundo chakra. La madurez espiritual, por el contrario, es la capacidad de mantener con firmeza una opinión, dado que refleja una auténtica creencia interior.

Jerry vino a verme para que le hiciera una lectura porque tenía una úlcera. Recibí una impresión muy fuerte de que mantenía relaciones con una mujer que violaba su código moral. Noté que, por un lado, sentía la necesidad de prote­gerla, y por otro, se sentía decepcionado de ella y de sí mis­mo por no ser capaz de expresarle esos sentimientos. Cuan­do le expuse mis impresiones, me dijo que Jane, su pareja, era drogadicta. Cuando la conoció estaba «limpia», y al mes de conocerse se fue a vivir con el. Durante dos meses todo fue bien aparentemente, pero después el comportamiento de Jane comenzó a cambiar. Él le preguntó si había vuelto a la droga, pero ella le dijo que no, que estaba de mal humor por­que deseaba dejar el trabajo pero no tenía ni idea de dónde buscar otro. Al principio él la creyó, pero luego notó que le faltaba dinero en la cartera. Se lo comentó, y ella le explicó que había cogido dinero para comprar cosas para la casa y le pidió disculpas por no habérselo dicho. Las historias de las mentiras de Jane ocuparon media hora de nuestra conversa­ción.

Le sugerí que conectara los puntos. Jamás había tenido úlcera antes de vivir con Jane. Su problema no era Jane, le di­je, sino el hecho de que deseaba angustiosamente decirle que no creía sus explicaciones. Él estuvo callado un rato y des­pués me dijo que no deseaba creer que la causa de la úlcera fuese Jane; él había establecido un compromiso con ella, y estaba mal abandonar a una persona necesitada; además, le aterraba la idea de que lo abandonara si hablaba con ella de esto. «¿Qué prefieres perder, tu salud o Jane?», le pregun­té. Añadí que en realidad ya se estaba enfrentando a ella, pe­ro era su úlcera la que hablaba. Dos días más tarde me llamó para decirme que le había pedido a Jane que se fuera de su casa. Me contó que, ante su gran sorpresa, se sintió aliviado por la decisión: «No creí que tuviera valor para hacerlo, pe­ro ya no podía seguir viviendo así. Prefiero estar solo a vivir una mentira.»

Desafiar a Jane fue para Jcrry una revolución personal. Esa experiencia le ayudó a comprender que necesitaba res­petar sus valores personales y que era capaz de hacer la elección que le convenía.

Cuando desarrollamos este tipo de fuerza interior, aun­que sea en pequeña medida, somos más capaces de hacer in­trospección y auto examinarnos. De esta manera varaos reemplazando gradualmente las influencias de nuestra mente tribal o de grupo por nuestra propia guía interior o intuiti­va. Una vez que ha comenzado este proceso, el siguiente pa­so natural es la «involución», es decir, la exploración de nues­tro yointerior.

Segunda fase: Involución

Cada nuevo encuentro, deseo o propósito que tenemos le pregunta a nuestro yo interior: «¿Qué otra cosa creo? ¿Qué otra cosa pienso? Deseo conocerme. Esto es una petición de información.» Cada vez que se produce una situación nueva, la información entra a raudales en nuestras entrañas. Las per­sonas y circunstancias nuevas nos despiertan sentimientos. En esta fase de involución evaluamos el mundo externo y si se adapta a nuestras necesidades. Con frecuencia, este auto examen lleva a la persona a centrar la atención en su relación con Dios y la finalidad de su vida, pero primero ha de desa­rrollar cierto grado de vigor interior que le dé fuerzas para controlar las consecuencias del pensamiento auto examinador. En los seminarios, algunas personas me dicen que cuan­do les hago ciertas preguntas de tipo auto reflexivo prefieren «escurrir el bulto» porque no desean conocerse tan bien. O tal vez dicen: «No sé, nunca he pensado en eso», a lo cual yo respondo: «Bueno, pues piénselo ahora.» ¿Por qué es tan co­mún esta reacción? Porque el conocimiento propio induce a la elección y la acción, y muchas personas no se sienten pre­paradas para ninguna de esas dos cosas.

Durante uno de mis seminarios conocí a Emma, una mu­jer de casi sesenta años que acababa de terminar un trata­miento quimioterápico para cáncer de colon. Tenía seis hi­jos, todos ya adultos. Me contó que el cáncer le había servido de inspiración. Durante el período de recuperación se dio cuenta de que, aunque sus hijos la querían muchísimo, ama­ban más su parte «servidora». Con gran dolor por su parte, oyó comentar a cuatro de sus hijos que tenían que buscar a otra persona para que les hiciera esto o aquello, y pregun­tarse cuándo estaría ella lista para reanudar sus funciones. Comprendió que necesitaba reevaluar su papel en la vida y que parte de sí misma era preciso sanar. Su revolución la con­dujo a un período de involución, durante el cual leyó mu­chísimo sobre autocuración y conocimiento propio. Com­prendió que hasta ese momento había vivido para sus hijos y que necesitaba vivir para sí misma. Le llevó unos cuantos meses reunir el valor suficiente para cambiar las normas de su casa, pero las cambió. Anunció a sus hijos que ya no con­taran con ella para las interminables tareas de hacer de niñe­ra de sus hijos pequeños, que ya no prepararía siempre las co­midas principales, que ya no dejaría de hacer lo que estaba haciendo para hacerles recados. En resumen, recuperó su derecho a decir que NO. Sus hijos se sintieron tan dolidos y alte­rados por su anuncio que convocaron una reunión familiar (consejo de la tribu) para buscar una manera de doblegarla. Emma se mantuvo firme en su posición y les dijo que ten­drían que adaptarse al hecho de que ella, además de ser su madre, era una persona que tenía sus necesidades y había de­cidido jubilarse de su papel de madre.

La historia de Emma nos muestra que la fase de involu­ción va seguida del nacimiento narcisista de una nueva ima­gen de uno mismo.

Tercera, fase: Narcisismo

Aunque tiene mala prensa, a veces el narcisismo es una energía muy necesaria en el trabajo para desarrollar un sen­tido fuerte del yo. Darnos una nueva imagen, por ejemplo, un nuevo corte de pelo, ropa nueva, tal vez incluso una nue­va forma corporal mediante ejercicios, indica que se están produciendo cambios dentro de nosotros. Mientras estamos en esta fase vulnerable, es posible que nos encontremos con fuertes reacciones críticas por parte de nuestra tribu o cole­gas, pero la energía narcisista nos da agallas, firmeza para re­crearnos, remodelarnos y cambiar nuestras fronteras ante la oposición. Los cambios que se producen en esta fase nos pre­paran para los cambios internos más importantes que vienen a continuación.

Gary definió bellamente esta fase durante un seminario. Nos explicó que de repente comenzó a ponerse ropa elegante para asistir a conciertos y obras de teatro, cuando antes siem­pre iba con téjanos ycamiseta. Aunque la sola idea de rom­per con los hábitos de sus amigos le producía sudores fríos, pensaba que ese cambio era un importante paso en su desarrollo personal, porque deseaba saber lo que era sentirse «mi­rado con envidia». No es que deseara ser envidiado; simple­mente quería liberarse del dominio que habían ejercido en él sus amigos al determinar una imagen que siempre proyec­taba humildad. Gary contó que era homosexual. Yo le pre­gunté sí era franco con su familia respecto a eso, y él contes­tó: «Todavía no. Estoy trabajando para llegar a ese grado de autoestima paso a paso. Tan pronto como me sienta lo sufi­cientemente fuerte para vestirme como quiero, entonces tra­bajaré para adquirir la suficiente fuerza para ser quien quie­ro ser.»

Ser quien uno quiere ser capta la importancia de la cuar­ta fase: la evolución.

Cuarta fase: Evolución

Esta última fase en el desarrollo de la propia estima es in­terior. Las personas capaces de mantener sus principios, su dignidad y su fe sin comprometer ninguna energía del espí­ritu son personas evolucionadas interiormente, como Gandhi, la Madre Teresa y Nelson Mándela. Evidentemente, el mundo está lleno de personas mucho menos famosas que han logrado este grado de autoestima, pero el espíritu de estas tres personas se hizo cargo de su entorno físico, y ese entor­no cambió para dar cabida al poder de su espíritu.

Estas tres personas, por cierto, fueron consideradas narcisistas durante alguna fase de su desarrollo. A la Madre Te­resa, por ejemplo, en su primera época casi la obligaron a de­jar dos comunidades religiosas, debido a que su visión del servicio a los pobres era mucho más intensa de lo que podían soportar sus hermanas. Durante ese tiempo se la considera­ba ensimismada y narcisista. Tuvo que pasar por un período de profunda reflexión espiritual, y cuando llegó el momen­to oportuno, actuó según le indicaba su guía intuitiva. Al igual que Gandhi y Mándela, entró en una fase de evolución en la cual la personalidad se convirtió en persona: fuerza arquetípica que podría inspirar y estimular a millones de per­sonas. Cuando el espíritu toma el mando, el mundo también se rinde ante su fuerza.