Estas tres corrientes espirituales se fusionan para formar la voz intuitiva de nuestro plexo solar. A medida que la per­sona desarrolla su sentido de identidad, su voz intuitiva se va convirtiendo en su fuente natural y constante de orienta­ción.

La forma en que uno se siente consigo mismo, si se res­peta o no, determina la calidad de vida, la capacidad de triun­far en los negocios o el trabajo, las relaciones, la curación y las habilidades intuitivas. La comprensión y aceptación de uno mismo, el lazo que forma consigo es en muchos senti­dos el principal desafío al que se enfrenta. La verdad es que si una persona no se gusta a sí misma será incapaz de tomar decisiones sanas. En lugar de eso, cederá a otro su poder per­sonal para tomar decisiones, a alguien a quien desea impre­sionar o ante quien cree que debe ser débil para obtener se­guridad física. Las personas que tienen poca estima propia entablan relaciones y se ven inmersas en situaciones labora­les que reflejan y refuerzan esa debilidad.

Un hombre me contó que jamás había esperado ser ama­do por su pareja. Se casó solamente para tener compañía, convencido de que el amor era algo que les ocurría a otros, nunca a personas como él. Nadie nace con una autoestima sana. Esta cualidad hemos de aprenderla a lo largo del pro­ceso de vivir, a medida que vamos haciendo frente a un de­safío tras otro.

El tercer chakra en particular se hace eco de las fronte­ras del cuerpo físico. ¿Somos fuertes o débiles físicamente? ¿Capaces o discapaces? ¿Hermosos o llenos de cicatrices? ¿Demasiado altos o demasiado bajos? Desde el punto de vis­ta espiritual, todas y cada una de las ventajas y limitaciones son ilusorias, raros «accesorios». Sin embargo, la acepta­ción o resistencia a esos accesorios es fundamental para en­trar en la vida adulta espiritual. En realidad, desde la pers­pectiva espiritual el mundo físico no es otra cosa que nuestra aula, pero en esta aula se nos presenta el siguiente reto: da­dos el cuerpo, el entorno y las creencias que tiene una per­sona, ¿hará elecciones que fortalezcan su espíritu o eleccio­nes que dispersen su poder en las ilusiones físicas que la rodean? Los retos del tercer chakra nos harán evaluar una y otra vez nuestro sentido de poder personal y nuestra identi­dad con relación al mundo externo.

Pensemos, por ejemplo, en los retos del tercer chakra de una mujer que se ve obligada a desplazarse con ayuda de una silla de ruedas. El hecho de que el mundo físico sea una ilu­sión no quiere decir que la silla de ruedas no exista ni que su problema físico no sea real. Más bien quiere decir que nada del mundo físico puede contener o limitar el poder del espíritu humano. Es posible que la mujer no recupere nunca el uso de sus piernas, pero de todos modos tiene el poder de decidir si esa silla de ruedas discapacitará su espíritu. Si elige sacar el mayor provecho de la vida en una silla de ruedas, lo que hace es mucho más que tomar una sana decisión psí­quica; toma una decisión espiritual que hace intervenir to­das las energías de las sefirot de Nétzaj y Hod.

Una vez que estaba dando unseminario de una semana de duración en México, conocí a una mujer llamada Ruth; estaba alojada en el mismo hotel que yo, pero no asistía a mi seminario. Iba en una silla de ruedas debido a la artritis que padecía, el caso de artritis más extremo que he visto.

Una mañana me levanté muy temprano y salí al patio con una taza de café para redactar algunas notas para mí charla del día. Vi que allí estaba Ruth sola, sentada en su silla de ruedas, escuchando música clásica en un viejo magnetófono. Yo la ha­bía conocido el día anterior, pero esa mañana no pude evitar quedarme mirándola, creyendo que no lo notaría porque me daba la espalda. Pensé en cómo se las arreglaría con ese cuer­po terriblemente lisiado, y obeso debido a su incapacidad pa­ra moverse. De pronto ella volvió la cabeza, sonrió y me dijo:

—Te estás preguntando cómo me las arreglo para vivir en este cuerpo, ¿verdad?

Me quedé tan sorprendida que no pude ocultarlo.

—Me has pillado, Ruth. Eso es exactamente lo que esta­ba pensando.

—Bueno, ven aquí y te lo diré.

Mientras acercaba mi silla a la suya, aquella mujer de se­tenta y cinco años me preguntó:

—¿Te gusta la música de New Age?

Yo asentí.

—Estupendo, voy a poner esta cinta de New Age mien­tras te lo cuento.

Con la música de fondo de Kitaro, aquella notable judía me contó su historia.

—Me quedé viuda a los treinta y ocho años, con dos hi­jas que mantener y pocos medios para hacerlo. Me convertí en la persona más manipuladora que te puedas imaginar. Nunca le robé a nadie, eso sí, pero me acerqué bastante a ello. Cuando mi hija mayor tenía veintidós años entró en una co­munidad budista. Yo había criado a mis hijas en un hogar ju­dío tradicional, en Nueva York, ¡y va ella y entra en una co­munidad budista! Cada vez que venía a visitarme yo le decía:

— ¿Cómo has podido hacerme esto? Después de todo lo que me he sacrificado por ti, ¿cómo has podido?

Tuvimos esa conversación unas cien veces. Un día, ella me miró y me preguntó:

—Mamá, ¿acaso llevo la ropa sucia? ¿Me ves sucia en algo? ¿Hago algo que te ofenda?

—Seguro que tomas drogas —le contesté-—. Eso es, te han metido en el mundo de la droga.

—Sí, he tomado drogas —admitió.

¿ Y sabes lo que le dije entonces? Le dije:

—Dame un poco.

Y eso hizo, me trajo un poco de LSD. Yo tenía cin­cuenta y cinco años y tome ácido.

Estuve a punto de caerme de la silla. No podía imagi­nármela tomando LSD.

— ¿Crees en los ángeles? —continuó.

—Por supuesto.

—Estupendo, porque eso fue lo que me ocurrió a conti­nuación. Tomé el LSD y tuve una experiencia fuera del cuer­po. Me encontré flotando por encima de mi cuerpo, más li­viana que el aire. Y vi a una hermosa mujer que dijo que era mí ángel.

—Ruthie, Ruthie, ¿sabes lo difícil que es ser tu ángel? —me preguntó

Yo le contesté que nunca había pensado en eso, y ella me dijo:

—Déjame que te muestre cómo te veo yo. Entonces me señaló a mi doble, que estaba atada con miles de cintas de caucho.

—Asíes como te veo —me dijo mi ángel—. Cada una de estas cintas es un miedo que te domina. Tienes tantos miedos que nunca puedes oírme cuando te hablo para de­cirte que lo tengo todo controlado. —Después añadió-—: Aquí tienes unas tijeras. ¿Qué te parece si las cortas y te li­beras?

Y eso fue lo que hice. Las corté una tras otra, y cada vez que cortaba una sentía entrar en mi cuerpo una increíble ole­ada de energía.

—Bueno, ¿no te sientes mejor? —me preguntó mi ángel.

Yo le respondí que me sentía más liviana que el aire y más feliz de lo que me había sentido jamás en mi vida. Y no podía parar de reírme.

—Ahora tienes que volver a entrar en tu cuerpo —me dijo ella—, pero antes te mostraré una cosa.

Me mostró el futuro, y me vi artrítica. Ella no supo de­cirme por qué tendría que soportar esta enfermedad, sólo que tendría que hacerlo. Pero me dijo que me acompañaría en cada paso del camino. Después me puso en mi cuerpo. Le conté a mi hija lo que me había ocurrido y las dos nos reí­mos casi sin parar durante dos meses. Desde entonces hemos estado muy unidas. Cuando contraje esta artritis, hace diez años, pensé:" ¡Ah, bueno, esto no es estar lisiada!. Estaba mu­cho más lisiada cuando podía caminar. Tenía tanto miedo de estar sola, de cuidar de mí misma, que quería que mis hijas estuvieran siempre cerca para no tener que cuidarme yo." Después de aquella experiencia nunca más he vuelto a sentir miedo. Creo que mi enfermedad es una manera de recor­darme que no tenga miedo nunca. Ahora hablo todos los dí­as con mi ángel y sigo riéndome mucho más de lo que me reía antes.

Ojalá pudiera llevar a Ruth conmigo a todas partes para que les contara su historia a los participantes de mis semina­rios. Yo creo que Ruth y su ángel son gemelas. Su historia representa la elección de creer que el mundo no físico de la energía divina tiene más autoridad que el mundo físico de la forma y la materia. Esta elección hizo que lo que podría ha­ber sido una discapacidad se convirtiera poco a poco en una fuente de inspiración y estímulo. Sus limitaciones se trans­formaron en una ventaja. Esta es la influencia de las sefirot de Nétzaj y Hod, nuestras «piernas» espirituales.