Cuando comencé a dar seminarios sobre la orientación intuitiva, mandaba hacer ejercicios interiores y prácticas de meditación a los participantes. Pero la mayoría de las perso­nas que hacían meditación después decía que no tenía nin­gún éxito en el desarrollo de su intuición. Durante un semi­nario me di cuenta de que en realidad el problema no estaba en entrar en contacto con la intuición; en su gran mayoría, los participantes ya estaban en contacto con su intuición, pe­ro tenían un concepto totalmente errado de la naturaleza de ésta.

Todos confundían intuición con capacidad profética. Creían que la intuición es la capacidad de vaticinar el futu­ro. Pero la intuición no es ni la capacidad de profetizar ni un medio para evitar una pérdida financiera o relaciones dolorosas. En realidad, es la capacidad de utilizar la información energética para tomar decisiones en el momento. La infor­mación energética la forman los componentes emocionales, psíquicos y espirituales de determinada situación. Son los in­gredientes del «aquí y ahora» de la vida, no información no física proveniente de algún lugar del «futuro».

En su mayor parte, la información accesible a la intui­ción da a conocer su presencia haciéndonos sentir incómodos, deprimidos, angustiados y nerviosos, o, en el otro extremo, distanciados e indiferentes, como si de pronto estuviéramos separados de todos nuestros sentimientos. En los sueños de naturaleza intuitiva recibimos símbolos de cambio o de caos. Estos sueños suelen presentarse con más intensidad durante las crisis emocionales. Las sensaciones energéticas o intuitivas indican que hemos llegado a una encrucijada de la vida y que tenemos la oportunidad de influir, al menos hasta cierto grado, en la fase siguiente, mediante la decisión que toma­mos en ese momento.

La intuición e independencia del tercer chakra, unidas, nos dan la capacidad para arriesgarnos, para seguir y actuar según las corazonadas o sentimientos viscerales. Evan, de veintiocho años, acudió a mí porque sufría de una grave úl­cera de colon. Cuando le hice la evaluación, recibí repetida­mente la impresión de un caballo que es conducido a la puer­ta de salida pero nunca participa en la carrera. El tercer chakra de Evan era como un agujero abierto por el cual sa­lía energía. Daba la impresión de que no le quedaba nada de energía para sostenerse solo. De hecho, parecía haber huido de todas las oportunidades que le había ofrecido la vida por­que tenía miedo de fracasar. No quería correr ni un solo ries­go que pudiera confirmar alguna intuición.

Según sus propias palabras, su vida había sido una serie de inicios falsos. Se le habían ocurrido todo tipo de negocios, pero nunca se había decidido a llevarlos adelante. Vivía analizando el mercado bursátil, en busca de una fórmula que re­velara la pauta de alzas y bajas de los precios de las acciones. Obsesionado con esos informes, había acumulado datos estadísticos. En realidad, se le daba bastante bien identificar las acciones que estaban a punto de aumentar de valor. Le pre­gunté por qué no se lanzaba e invertía en algunas de esas acciones. «La fórmula todavía no es perfecta —me dijo—. Tie­ne que ser perfecta.» Sin embargo, se sentía muy amargado consigo mismo, porque sabía que habría ganado muchísimo dinero si hubiera seguido algunas de sus corazonadas. En realidad se habría hecho bastante rico. Le comenté que si lo hacía tan bien sobre el papel era muy probable que acertara en una inversión real. Me contestó que el mercado bursátil es muy voluble, y que nunca podía estar seguro de que sus corazonadas resultarían correctas.

La úlcera de colon le estaba desgarrando el cuerpo debi­do a su incapacidad para actuar según sus corazonadas. No lograba decidirse a invertir ni siquiera un poco de dinero en una acción. Su miedo a arriesgarse le estaba destruyendo li­teralmente el cuerpo, pero seguía obsesionado con un nego­cio que no es otra cosa que riesgo. Decirle que empleara al­guna técnica de relajación habría sido tan inútil como decirle a un adolescente que llegue a casa a la hora. Lo que necesita­ba era dejar a un lado su mente de ordenador y guiarse por sus instintos viscerales. Pero no se fiaba de ellos porque no le ofrecían «pruebas» de los resultados, sólo le sugerían po­sibilidades.

Los participantes en mi seminario también estaban en contacto con su intuición, pero suponían que intuición sig­nifica dirección clara, no sólo orientación intuitiva. Esperaban que una buena intuición les diera el poder para reordenar su vida en armonía y felicidad completas. Pero orientación in­tuitiva no significa seguir una vozhacia la Tierra Prometida. Significa tener autoestima para reconocer que el desagrado o confusión que uno siente en realidad lo guía para tomar el mando de su vida y hacer las elecciones que lo saquen de su estancamiento o desgracia.

Si una persona tiene poca autoestima, no puede actuar según sus impulsos intuitivos porque su miedo al fracaso es demasiado intenso. La intuición, como todas las disciplinas meditativas, puede ser enormemente eficaz, pero sólo si uno tiene la valentía y el poder personal para llevar a cabo la orientación que le da. La orientación requiere acción, pero no garantiza seguridad. Mientras que nosotros medimos el éxito por el rasero del agrado yla seguridad, el universo lo mide por la cantidad que hemos aprendido. Mientras utili­cemos el agrado y la seguridad como criterio para medir el éxito, tendremos miedo de nuestra orientación intuitiva, porque por su propia naturaleza ésta nos guía hacia nuevos ciclos de aprendizaje que a veces son desagradables.

En uno de mis seminarios, una mujer llamada Sandy co­mentó con orgullo que había vivido seis años en un ashram en la India, perfeccionando su práctica de la meditación. Ca­da mañana y cada noche realizaba una hora de meditación y era capaz de recibir una orientación espiritual muy clara. Du­rante un momento en que estábamos solas me preguntó si yo había recibido alguna impresión de ella, acerca de dónde debería vivir y sobre cómo debería ganarse la vida. Le pre­gunté por qué no recibía esa información en sus medita­ciones, y añadí que la orientación ocupacional no era mi es­pecialidad. Me contestó que su orientación sólo era para asuntos espirituales. Yo objeté que su ocupación era parte de su vida y, por lo tanto, formaba parte de su espiritualidad. Me dijo que, simplemente, no podía obtener ese tipo de información.

—¿Cuál es la peor intuición posible que podrías recibir en tu meditación sobre dónde vivir y en qué trabajar? —le pregunté.

—Eso es fácil —contestó al instante—, volver a la ense­ñanza en el centro de Detroit. En realidad he tenido pesadi­llas con eso.

—En tu lugar, yo consideraría la posibilidad de hacerlo. A mí eso me parece orientación.

Al año siguiente recibí una carta de ella en la que me con­taba que después del seminario se había sentido acosada por deseos de volver a la enseñanza. Los combatió enérgicamente y acabó con migrañas y trastornos del sueño. Mientras tan­to se ganaba la vida trabajando de dependienta en una libre­ría, y su salario no era muy bueno. Así las cosas, recibió una oferta para hacer sustituciones en el distrito escolar donde había trabajado antes y lo aceptó. Al segundo mes de estar allí introdujo una clase optativa de meditación para alumnos de segunda enseñanza, que se reunían dos veces a la semana después del horario escolar. La clase tuvo tanto éxito que al año siguiente la incluyeron en el programa, y Sandy, encantada, firmó un contrato para darla. Poco después le desapa­recieron las migrañas y los trastornos del sueño.

Para sanar es necesario creer en uno mismo. Antes de comprender la importancia de la propia estima para desa­rrollar las habilidades intuitivas, yo habría afirmado que la fe es el factor más importante en la curación. Ahora equipa­ro la fe con la estima propia y el poder personal, porque la falta de autoestima refleja falta de fe en sí mismo y en los po­deres del mundo invisible. Sin duda la fe es fundamental pa­ra manejar los problemas de la existencia cotidiana.

Un ejemplo es el de una mujer llamada Janice, que ron­daba los treinta años. Me llamó porque deseaba aprender a manejar su salud. Tenía un buen número de trastornos, pe­ro no me preguntó por qué tenía que hacerles frente; lo úni­co que le interesaba era comenzar a sanar.

Cuando era adolescente le hicieron una intervención quirúrgica debido a una obstrucción en el colon. Cuando la conocí estaba casada, tenía, un lujo y se encontraba en el hos­pital para que le hicieran su séptima operación abdominal. Le habían quitado la mayor parte del tracto intestinal y ten­dría una colostomía para el resto de su vida. Ya no podía comer alimentos sólidos; tenía que alimentarse a base de lí­quidos a través de un catéter que le habían insertado quirúr­gicamente en la parte superior del pecho. Eso también sería permanente. Tenía que conectar el dispositivo justo antes de dormirse; durante la noche, la alimentación líquida entraba gota a gota en su cuerpo. Dado que este tipo de nutrición lí­quida acababa de inventarse, el seguro médico no la cubría. Los viajes, aunque sólo fueran de un fin de semana, signifi­caban un tremendo engorro, ya que tenía que llevar mucho equipo médico. Además de todos sus problemas físicos, y a consecuencia de éstos, ella y su marido estaban acumulando una deuda insuperable.

Cuando iba de camino al hospital para ver a Janice me imaginé que estaría abrumadísima por sus circunstancias y aterrada ante el futuro. Pero, ante mi sorpresa, irradiaba una actitud positiva y energía. Deseaba aprender técnicas de energía, como la meditación o la visualización, para mejorar su salud. Durante nuestra conversación me comentó: «He de reconocer que cuando me estaban colocando el catéter sentí lástima de mí misma, por no decir que me sentí culpa­ble. Pensé que era una carga económica para mi marido y una esposa muy poco conveniente. Después salí a caminar por los corredores del hospital y vi a personas que padecían otras enfermedades. Decidí que mi situación no era tan mala des­pués de todo, y me dije que podía manejarla.»

Después de su última operación, volvió a la universidad para terminar la carrera de enfermería. Justo cuando estaba reorganizando su vida, su marido le pidió el divorcio. Me telefoneó y quedamos en encontrarnos.

Durante nuestra conversación me dijo: «No me sor­prende en absoluto que Howard desee el divorcio. Me ha da­do todo el apoyo que ha podido durante los últimos doce años, pero para él esto no ha tenido mucho de matrimonio. No puedo permitirme sentirme amargada; tengo un hijo que me necesita y estoy profundamente convencida de que la negatividad sólo aumentará mis problemas físicos. Pero estoy asustada, ¿qué puedo hacer ahora? ¿Existe una visualización que haga aparecer repentinamente el valor en las entrañas ?»

Decidimos que lo prioritario para ella en esos momen­tos era superar el divorcio, y que debería tener todo el apo­yo posible durante los meses siguientes. Cuando estaba en las últimas fases del divorcio encontró trabajo en un hospi­tal de la localidad. Se mudó a un apartamento con su hijo de diez años y se esforzó muchísimo en entablar nuevas amis­tades. Dio prioridad a su vida espiritual; todas las mañanas, ella y su hijo hacían visualizaciones en las que aparecían fe­lices, sanos y completos, acto que activaba las energías rela­cionadas con el tercer chakra: resistencia, vitalidad y respe­to hacia uno mismo. Estaba decidida a «sostenerse sola» durante su penosa experiencia, y lo consiguió. Su enferme­dad permaneció estable durante todo ese período de transi­ción, y al año de divorciarse conoció a un hombre maravi­lloso y volvió a casarse. Su historia ilustra bien la capacidad del espíritu humano para trascender las limitaciones físicas y los problemas personales reaccionando con valentía ante ellos. Janice tuvo sus días malos, lógicamente, pero compren­dió que la autocompasión le hacía más daño que su enfermedad física. Su actitud y la práctica espiritual diaria mantuvo su cuer­po y su espíritu en equilibrio, simbolizando el sostén energé­tico de las sefirot de Nétzaj y Hod y el sacramento de la con­firmación.

El sentido simbólico del sacramento de la confirmación es que adquirimos «vida» por dentro autorizándonos, dán­donos poder interiormente. La autoestima y el poder perso­nal consciente a veces se desarrollan en un momento me­morable de la vida que significa una iniciación a la edad adulta espiritual. Tai vez en un repentino destello de com­prensión, la persona ve la manera de realizar una tarea que antes le parecía abrumadora. Tal vez se ve a sí misma pode­rosa y comprende que es capaz de lograr objetivos de todo tipo, desde una buena forma física hasta éxito económico.

Desarrollar confianza en la propia capacidad de lograr objetivos es una de las maneras en que el poder personal se convierte en agente del cambio personal. Al mismo tiempo puede producirse un cambio similar en la vida espiritual o simbólica de la persona. La adquisición de poder interior cambia el centro de gravedad, pasando de lo externo a lo in­terno, lo que es señal de un pasaje o paso espiritual.

En muchas culturas se practica un rito de pasaje para la gente joven, rito que representa la entrada del espíritu en la edad adulta, por ejemplo, el barmitzvay el has mitzva(ce­remonias religiosas mediante las cuales los chicos y las chicas entran a formar parte de la comunidad adulta) en la cul­tura judía, y la confirmación en la cristiana. En muchas tra­diciones nativas de Estados Unidos, al menos históricamen­te, a los jóvenes se los enviaba lejos de la tribu durante un tiempo, a vivir solos en el desierto, para ser iniciados como guerreros. Estas ceremonias señalan el fin de la dependencia de la persona joven de la energía protectora del poder de la tribu, y su aceptación personal de la responsabilidad de su vida física y espiritual. El rito también señala el reconoci­miento de esa aceptación por parte de la tribu. Una vez «ini­ciada», la persona joven está sujeta a las expectativas más ma­duras de sus amigos y familiares.

El sentido del yo más poderoso o capacitado también puede desarrollarse en fases a lo largo de la vida, en una se­rie de mini-iniciaciones. Cada vez que avanzamos en autoes­tima, aunque sea un poquito, tenemos que cambiar algo en nuestra dinámica externa. Generalmente detestamos el cam­bio, pero una iniciación representa la necesidad de cambiar. Es posible que la persona acabe una relación porque se ha hecho más poderosa y necesita una pareja más fuerte. O tal vez deje un trabajo porque necesita salir de situaciones se­guras y familiares y poner a prueba el alcance de su creativi­dad. Si se producen demasiados cambios a un ritmo excesi­vamente rápido, puede resultar abrumador, de modo que intentamos administrar la capacitación aceptando los desa­fíos o problemas de uno en uno. Al hacerlo así, los cambios que experimentamos forman una pauta en nuestro viaje ha­cia el poder personal.