Tomar conciencia no es nada fácil. Mi vida era mucho más sencilla antes de conocer el sentido más profundo de la elección, del poder de elección que acompaña al hecho de responsabilizarse. Entregar el poder a una fuente externa puede parecer mucho más fácil, al menos por el momento. Pero cuando se sabe, uno no puede continuar engañándose por mucho tiempo.

Mi corazón se conmueve ante las personas que trabajan arduamente para liberarse de sus actitudes negativas y re­cuerdos dolorosos. «Dime cómo y lo haré», me dicen. Siem­pre estamos buscando la meditación fácil, el ejercicio fácil que nos saque de la niebla u oscuridad, pero la conciencia no funciona así. Lo irónico es que hay un camino sencillo, pe­ro no es fácil: desprenderse. Desprenderse de lo que se cree que debe ser la vida y adherirse a la vida que trata de abrirse paso hacia la conciencia.

Muchísimas personas que luchan por encontrar su cami­no están en ese estado necesario pero desconcertante de es­pera. Algunas de ellas están deseosas de permitir que la vo­luntad divina gobierne su vida, pero continúan atormentadas por el miedo a perder toda la comodidad en el plano físico si realmente se entregan. Así, están suspendidas en una posición de espera hasta que tienen la fuerza suficiente para despren­derse de ese miedo y adherirse a la verdad más profunda de que «todo irá bien», tal vez no «bien» según nuestra defini­ción, pero ciertamente sí según la definición de Dios.

Toby me pidió que le hiciera una lectura porque sufría de una grave depresión, de artritis y de impotencia. Cuando le evalué la energía, recibí la impresión de que su salud se ha­bía debilitado desde el momento en que cumplió cincuenta años. En realidad, creía que al cumplir cincuenta años ha­brían acabado los mejores años de su vida. Cuando le expu­se mis impresiones, contestó: «Bueno, es cuestión de mirar alrededor. ¿Ve alguna oportunidad de trabajo para hombres de mi edad? Ahora vivo en el constante temor de que me van a quitar el puesto para dárselo a una persona más joven, y ¿qué haré entonces?»

Le sugerí que comenzara un programa de ejercicios físi­cos, concentrándose en fortalecer su cuerpo físico. Necesi­taba hacer algo para sentir que le volvía el poder al cuerpo y, por extensión, a su vida. Ante mi sorpresa, aceptó la suge­rencia. Llevaba un tiempo postergando el momento de ir a un gimnasio, pero accedió a hacerlo.

Después le dije que leyera algunos libros budistas sobre las ilusiones y que empezara a considerar la edad y el tiem­po como ilusiones. Esa sugerencia lo detuvo en seco.

— ¿Cómo puede ser una ilusión el tiempo?

—Se puede tornar la decisión de no envejecer según la medida corriente del tiempo —le contesté—. Se puede deci­dir tirar el calendario y dar lo mejor de sí a cada día.

Se echó a reír.

—Me encantaría pensar que eso funciona.

—Entonces, inténtelo. Siempre puede volver a ser un an­ciano. La posibilidad está siempre ahí. Pero intente lo otro primero. —Luego, debido al tono animado que noté en su voz le pregunté—: ¿Se da cuenta de que en estos momentos no ha estado deprimido?

Él permaneció callado unos instantes.

—Tiene razón. No he notado para nada mi depresión.

— ¿Ha sentido algún dolor artrítico en estos momentos?

—Tendría que decir que no, no en estos momentos. Pe­ro, claro, estos dolores van y vienen.

—Pero en estos momentos, mientras piensa en la posi­bilidad de sentirse libre y bien nuevamente, no está depri­mido ni siente dolor, ¿verdad?

—Sí, es verdad.

—Entonces, supongamos que cuantas más opciones mentales positivas se dé y más medidas positivas tome, me­jor se sentirá, y recuperará su poder y también su energía se­xual.

—De acuerdo, pero ¿y si no puedo mantener esa pers­pectiva positiva? Entonces me volverá todo, ¿verdad?

—Sí.

—Lo que quiere decir es que yo estoy al mando de mis estados de ánimo y de mi artritis, y que la depresión aumen­ta el dolor. O sea, que yo estoy al mando de todo esto.

—Pues, así parece.

—Usted debería haber sido abogada —comentó—. Me ha dado muchísimo en que pensar. Intentaré hacerlo lo me­jor posible —añadió.

Cuatro meses después recibí una postal de Toby. Él y su esposa estaban haciendo un crucero. La postal decía: «Lo es­tarnos pasando estupendamente, de día y también de noche.»

No es frecuente que una sola conversación pueda cam­biar por completo la vida de una persona. Pero Toby estuvo dispuesto a revisar sus actitudes y a reconocer que estaba eli­giendo vivir en la negatividad.

Cuando una persona se adhiere con tanta disposición a la energía de la sabiduría, no puedo dejar de imaginar que las fuerzas espirituales contenidas en nuestros campos energéticos, como Jojmá, la sefirá de la sabiduría, están esperando la oportunidad de penetrar en nuestra conciencia.

Carrie, de treinta y cuatro años, me llamó por teléfono y se presentó diciendo:

—Me pasa algo.

—Vale, ¿qué?

—No soy capaz de hacer mi trabajo. No soy capaz de pensar. No soy capaz de hacer nada.

Le exploré la energía y al instante vi que, expresado en lenguaje simbólico, su mente no estaba «dentro de su cuer­po. Las imágenes que la llenaban no tenían nada que ver con su vida actual; estaban inmersas en una vida espiritual sola en alguna región remota del país.

— ¿Qué lee? —le pregunté.

Ella me enumeró una lista de libros, todos relacionados con la espiritualidad. Después me dijo:

—Vivo pensando que mi lugar está en Nuevo México. Fui hace un año para un retiro y tuve la maravillosa sensa­ción de que tenía que trasladarme a vivir allí. No conozco a nadie en Nuevo México, pero no puedo quitarme la idea de la cabeza.

Hablamos de la intensidad de esos sentimientos y le expliqué, utilizando el sentido simbólico del sacramento del orden sacerdotal, que a veces las personas son llamadas a lugares, y que seguir ese sentimiento podría ser una decisión juiciosa.

Ella se echó a llorar, diciendo que la aterraba marcharse y la aterraba quedarse.

—Tengo la impresión de que mi vida está allí y de que lo único que necesito es marcharme, pero no tengo ni idea de qué me espera allí.

Le pregunté qué la había motivado a ir a ese retiro. Me contestó que se había sentido inspirada por la biografía de una mujer que le dijo a Dios: «Simplemente, muéstrame la verdad. No deseo ninguna otra cosa en mi vida.» Al parecer, la mujer llevó una vida extraordinaria después de haber he­cho esa oración.

—No soy misionera —dijo Carne—, pero quiero vivir una vida auténtica. No creo que esté haciendo esocomo abo­gada en Detroit. Respeto a las personas con quienes trabajo, y agradezco la oportunidad de ayudar a la gente mediante mi trabajo, pero me siento vacía y ya no puedo soportarlo.

—Yo no soy quién para decirle a nadie dónde debe vivir —le dije—, pero creo que usted necesita seguir esa voz que oye.

Carrie se trasladó a Nuevo México. Abandonó el ejerci­cio de la abogacía y, ante su gran sorpresa, una vez instalada en su nueva casa, se sintió atraída por la profesión de coma­drona, ocupación en la que jamás se le había ocurrido pen­sar cuando estaba en Detroit.

Me escribió varias veces para mantenerme al corriente de sus cosas, y en todas las cartas expresaba la sensación de que le estaba entrando vida en el cuerpo. En una carta decía: «Sien­to que me entra una corriente de energía cada vez que estoy junto a una mujer embarazada. Cuando vivía en Detroit la de­sechaba, atribuyéndola a pura imaginación, pero ahora creo que en este universo existe una especie de fuerza conscien­te que apoya la vida, y que esa fuerza circula por nosotros.»

Desde mi punto de vista, Carne había encontrado su ca­mino como persona ordenada. Siempre me maravillan las per­sonas cuya vida está tan llena de la presencia de la orientación.

El viaje hacia la toma de conciencia suele ser más atrac­tivo en teoría que en la práctica. Buscar la conciencia teóri­camente, en libros y conversaciones, nos permite fantasear con llegar a la tierra prometida sin tener que hacer ningún cambio real en la vida. Incluso la promesa de que esa tierra existe puede producir una fabulosa sensación de realización. Hasta cierto punto, eso es justamente lo que hacen las per­sonas «adictas a los seminarios ytalleres»: elevarse en la eu­foria de la conversación, para después volver a su casa y a su vida exactamente como las dejaron.

Una vez, el escritor británico Graham Greene esperó dos años y medio para celebrar una entrevista de quince minu­tos con el padre Pío, un místico católico que residía en un monasterio italiano. El padre Pío tenía reputación de ser un «santo viviente» por varias razones, entre ellas llevar los «estigmas», es decir, las «heridas de Cristo», que se le impri­mieron en el cuerpo cuando era un joven sacerdote. El día establecido, Greene asistió primero a la misa que celebró el místico. La entrevista iba a comenzar después de la misa, pe­ro Greene salió de la iglesia, se dirigió al aeropuerto y cogió el avión de regreso a Londres. Cuando le preguntaron por qué no se había presentado para celebrar la entrevista, con­testó: «No estaba preparado para afrontar la manera en que ese hombre podía cambiar mí vida.»

Finalmente, sin embargo, la mente se nos sobrecarga de información y llega el día en que ya no podemos estar a la vez en dos planos diferentes de percepción. Por mucho que lo intentemos, no podemos estar eternamente «visitando» la verdad para luego volver a la ilusión. En algún momento del proceso, el propio cambio nos empuja a avanzar.

Hace unos años conocí a un hombre llamado Dan, que asistió a un seminario sobre la conciencia y las prácticas em­presariales. Según cuenta, se sintió muy estimulado por la presentación, que se centró en la aplicación de los principios de la salud holística a los negocios, como por ejemplo, tener una actitud positiva y combinar las fuerzas de la mente y el corazón. Durante varías semanas después del seminario, hi­zo partícipes a sus compañeros de trabajo de los conoci­mientos que había recibido. Creía que su entusiasmo sería contagioso y que todos se sentirían estimulados a aportar más conciencia personal a sus trabajos.

La primera oportunidad para poner a prueba oficial­mente su nuevo optimismo se presentó cuando la empresa decidió llevar a cabo un nuevo proyecto. Les dijo a sus compañeros que «visualizaran» éxito y abundancia. Incluso los reunió el primer día del nuevo proyecto para meditar jun­tos. Su jefe lo convocó para decirle que le agradecería que mantuviera alejada de la empresa su recién descubierta «ma­gia».

Resultó que el proyecto no tuvo éxito, y entonces Dan y sus nuevas ideas fueron objeto de implacables críticas, tan­to que se marchó de la empresa. Durante varios meses estu­vo sumido en una confusión y desesperación crecientes. Un buen día, se encontró con una ex compañera de trabajo y és­ta le dijo que, mientras él bullía de nuevas ideas, algunos em­pleados habían manifestado su preocupación de que hubie­ra entrado en una secta.

Durante esa conversación, Dan cayó en la cuenta de que había cometido un error de juicio. Simplemente porque él es­taba dispuesto a vivir de acuerdo con un conjunto de reglas interiores, había supuesto que todos los demás estarían tam­bién dispuestos. Pues no lo estaban. Había deseado que su am­biente se convirtiera inmediatamente en un ejemplo vivo de los conceptos aprendidos en el seminario, en gran parte por­que sabía que le resultaría difícil continuar trabajando allí con unas normas interiores tan diferentes a las normas externas de la empresa. Finalmente aceptó que no podía haber recibido un regalo mejor que la motivación para abandonar su situación, para poder encontrar un ambiente de trabajo más apropiado. Poco después se puso en marcha en pos de su nueva vida.

Tomar conciencia significa cambiar las reglas según las cuales vivimos y las creencias que conservamos. Nuestros re­cuerdos y actitudes son literalmente las reglas que determinan la calidad de la vida y 1a fuerza de los lazos con los demás. Un cambio de conciencia siempre incluye un período de aisla­miento y soledad, en el cual nos acostumbramos al nuevo gra­do de verdad. Y después, siempre encontramos nuevos com­pañeros. Nadie se queda solo durante mucho tiempo.

Laexpansión al dominio de la conciencia siempre utili­za las energías de las sefirot de Jojmá y Bina, combinadas con el deseo innato de encontrar el camino ordenado, camino de servicio que nos permite aportar la mayor capacidad de la mente, el cuerpo y el espíritu.