Scott y Helen Nearing son conocidos por sus aporta­ciones al movimiento medioambiental y por promover un estilo de vida autosuficiente. En su juventud fueron considerados rebeldes por su modo de vivir «de vuelta a la tierra», cosa inaudita en los años treinta, cuando formaron equipo. Construyeron su casa a mano y vivían de las frutas y verduras que cultivaban ellos mismos. Durante más de setenta años vivieron en armonía con la tierra, y Helen continuó ese es­tilo de vida hasta hace muy poco; murió en 1995 a los noventa y un años. Ambos generaron un torrente de artículos y charlas destinados a lograr que las personas respetaran el medio ambiente y vivieran de forma autosuficiente; entre sus libros figura Limng tbe Good Life,en el que explican los be­neficios de un estilo de vida que exprese un constante apre­cio de la abundancia de la naturaleza. Sus ideales y concien­cia de que existe un ciclo superior de causa y efecto divinos continúan estimulando a innumerables personas en la actua­lidad. Scott murió a comienzos de la década de los ochenta, a los cien años. Tuve el privilegio de conocer a Helen cuan­do asistió a uno de mis seminarios, y me contó la decisión de morir que había tomado su marido. Hizo la elección cons­cientemente cuando se dio cuenta de que ya no era capaz de vivir de una manera que apoyara su crecimiento espiritual.

«Un día, Scott entró en casa con leña para el hogar; la dejó en el suelo y me anunció que le había llegado la hora de morir. Me dijo que lo sabía porque ya no era capaz de llevar a cabo sus tareas y cumplir con sus responsabilidades. Me dijo que había "sabido" muy dentro de sí mismo que era su hora de morir. Añadió que daría la bienvenida a la muerte no comiendo. Durante tres semanas estuve a su lado mientras él permanecía en la cama, sin comer. No le ofrecí comida ni traté de hacerle cambiar de opinión, porque comprendí la profundidad con que había hecho su elección.»

Scott Nearing murió a las tres semanas de haber decidi­do morir debido a su incapacidad para llevar una vida autosuficiente, que era el tema de su vida de un siglo. «Yo quie­ro hacer lo mismo —comentó Helen— cuando me sienta incapaz de cuidar de mí misma. Morir no es algo que haya que temer. Simplemente, uno acoge el momento de mar­charse y coopera con él no comiendo. Lo único que haces es abandonar el cuerpo. No es tan terrible.»

Scott y Helen lograron un grado de conciencia y elec­ción personal que tal vez sea controvertido, pero es que toda su vida fue controvertida. El modo en que eligieron mo­rir desafía las profundas creencias tribales sobre entrome­terse en el proceso de la muerte, y también la creencia reli­giosa de que la hora de morir sólo está en manos de Dios. Esto podría muy bien ser cierto, pero, si somos capaces de reconocer que nos ha llegado la hora, ¿no somos libres para colaborar con ese conocimiento? Tal vez Scott, debido a sus esfuerzos por vivir casi impersonalmente, de acuerdo con ideales que sólo contenían verdad, había conquistado la ben­dición de que se le comunicara «interiormente» que le había llegado la hora. En lugar de desintegrarse a causa de una en­fermedad, colaboró con su intuición y se marchó de esta vi­da totalmente consciente hasta el último momento. ¿No es eso tomar conciencia? Morir conscientemente es sin duda una de las muchas bendiciones de haber vivido una vida cons­ciente. Mientras escribía estas páginas, en septiembre de 1995, murió Helen. Sufrió un ataque al corazón mientras conducía. Me había dicho que dejaría esta vida cuando hubiera termi­nado su siguiente libro. Cumplió su palabra.

Tememos tanto a la muerte que probablemente en nues­tra mente tribal ésta se halle dominada por la superstición. Scott y Helen deberían ser recordados por aumentar nues­tro conocimiento sobre la autosuficiencia, pero también por haber sido dos personas que tenían una fe total en la conti­nuación de la vida más allá de nuestra forma física.