¿Cómo se aplica la objetividad a la propia vida en la prác­tica? La historia de Pete nos muestra un modo práctico de utilizar esta habilidad. Pete me pidió que le hiciera una lec­tura cuando estaba atravesando una serie de crisis persona­les. Después de diecisiete años de matrimonio, su esposa le había comunicado que ya no lo amaba y deseaba el divorcio. Comprensiblemente, él se sintió aniquilado, como también sus cuatro hijos. Le sugerí que durante tan sólo un momento intentara considerar su vida desde un punto de vista distan­ciado, objetivo. Yo imaginé que su esposa se estaba redefiniendo más allá de su papel de cuidadora de hijos y de casa. Cuando era pequeña había tenido que ocuparse de sus her­manos menores; se casó a los diecisiete años y fue madre a los dieciocho. En esos momentos, a sus casi cuarenta años, estaba despertando a sí misma y sus necesidades, y posi­blemente tenía una aventura extraconyugal. Le dije a Pete que era muy posible que su esposa estuviera aterrada por lo que sentía y que, si tuviera un vocabulario más terapéutico, tal vez habría podido explicar las nuevas energías emocionales que estaba experimentando en lugar de dejarse dominar por el miedo. Su aventura amorosa era una manera de huir de lo que ocurría en su interior. Probablemente no quería al hom­bre con el que estaba liada, aunque tal vez ella no lo sabía en esos momentos. Decidió tener una aventura porque no se le ocurrió otra manera de dejar a su marido e hijos. La opción de buscar ayuda terapéutica no formaba parte de su cultura o de su proceso de pensamiento.

Le dije que, por difícil que le resultara aceptarla, la rea­lidad era que, en ese momento de su vida, su esposa habría reaccionado de la misma manera fuera quien fuese su mari­do, porque estaba pasando por un proceso de autodescubrimiento que no tenía nada que ver con él. Ella no sabía que había entrado en una experiencia de «noche oscura». Pete debería esforzarse por no tomarse como una ofensa perso­nal sus rechazos y su enfado porque, aunque ciertamente era él el blanco de su rabia emocional, ella estaba mucho más fu­riosa con su propia confusión que con él.

Pete fue capaz de asimilar esta información y trabajar con ella. Aunque él y su esposa decidieron divorciarse, cada vez que se sentía sumido en la aflicción y el sufrimiento por la desintegración de su familia, lograba volver a un modo más impersonal de considerar su crisis. No mucho después de nuestra conversación se enteró de que su esposa había teni­do un romance con un amigo suyo, y de que la relación ya había acabado. Comprendió que su esposa no estaba ena­morada del otro hombre, sino que intentaba encontrar una salida para su propia confusión. Le dije que lo más probable era que continuara tratando de resolver su crisis buscando otra pareja, pero que eso nunca funcionaría. Todas las rela­ciones estaban destinadas al fracaso, porque encontrar otra relación, y por lo tanto convertirse nuevamente en cuidado­ra de casa, no era la solución para su problema. Finalmente se vería obligada a zambullirse en su interior y trabajar para sanar el verdadero origen de su sufrimiento.

Adquirir objetividad y conciencia significa lograr que ciertas percepciones de la mente entren en el cuerpo. Esto supone fusionarse con las percepciones que son ciertas y vi­virlas para que su poder y nuestra energía se conviertan en una misma cosa.

Tomemos, por ejemplo, esta verdad: «El cambio es cons­tante.» Mentalmente podemos asimilar esta enseñanza sin demasiada dificultad. Pero cuando se produce un cambio en nuestra vida, cuando notamos que envejecemos, por ejem­plo, o mueren personas queridas, o cuando las relaciones pa­san de ser íntimas y amorosas a frías y distantes, esta verdad se convierte en aterradora. Con frecuencia necesitamos años para recuperarnos de algunos cambios, porque esperábamos que aquello, sea lo que fuere, continuara siempre igual. To­do el tiempo sabíamos que cambiaría, pero no podemos evi­tar esperar que la energía del cambio no pase por esa parte de nuestra vida.

Aun cuando la verdad «El cambio es constante» nos pa­rezca una enemiga que barre una parte feliz de nuestra vida, los períodos de soledad llegarán a su fin y comenzará una nueva parte de la vida. La promesa contenida en «El cambio es constante» es que a los fines siempre siguen nuevos comienzos.

La conciencia es la capacidad para soltar lo viejo y abra­zar lo nuevo, con el conocimiento de que todas las cosas aca­ban y comienzan en el momento oportuno. Es difícil apren­der a convivir con esta verdad porque los seres humanos buscamos estabilidad, es decir, la ausencia de cambio. Por lo tanto, tomar conciencia significa vivir por completo en el momento presente, sabiendo que ninguna situación ni per­sona será exactamente igual mañana. Cuando se produce el cambio, nos esforzamos en interpretarlo como una parte na­tural de la vida y en «fluir con él, como recomienda el Tao Te Ching, yno en contra de él. Intentar que las cosas sigan siempre igual es inútil, además de imposible. Nuestra tarea es aportar lo mejor de nuestras energías a cada situación, comprendiendo que influimos en lo que vamos a experimentar mañana, pero que no lo controlamos.

Después de una charla sobre la objetividad o el distanciamiento, mis grupos suelen responder diciendo que la objetividad les parece demasiado fría e impersonal. Pero ésa no es una percepción correcta de la objetividad. Durante un se­minario les pedí a todos los participantes que pensaran en una situación que les pareciese tremendamente amenazado­ra. Un hombre dijo que le resultaría muy difícil llegar una mañana a la oficina y enterarse de que la dirección de la em­presa le había quitado todas sus responsabilidades. Le suge­rí que se imaginara liberado de su aferramiento a ese traba­jo y capaz de crearse cualquier opción que quisiera; que visualizara su trabajo solamente como una gota de energía en su vida, no corno un mar, y que por él circulaba un to­rrente de poder creativo. Después le dije que se imaginara que entraba en la oficina y le comunicaban que estaba des­pedido; ¿cómo reaccionaría entonces? Él se echó a reír y di­jo que, dada la imagen mental que en ese momento tenía de sí mismo, ser despedido no le importaría nada en absoluto. Se sentiría perfectamente bien porque sería capaz de atraer­se su próximo puesto de empleo.

Ése es el significado de la objetividad: la comprensión de que ninguna persona ni grupo de personas pueden determi­narnos el camino en la vida. Así, cuando se produce un cam­bio es porque una dinámica mayor nos está empujando pa­ra que avancemos. Podría parecer que un grupo de personas conspiró para hacer que nos despidieran de un trabajo, pero eso es la ilusión. Si uno elige creer esa ilusión, quedará cau­tivo de ella, tal vez incluso para toda la vida. Pero si no hu­biera sido el momento oportuno para un cambio, la «cons­piración» no habría tenido éxito. Ésa es la verdad superior de este cambio de vida, y la visión simbólica que acompaña a la objetividad nos permite verla.

Lógicamente, nadie se despierta una mañana y anuncia: «Creo que hoy voy a tomar conciencia.» Nos impulsa el de­seo de ampliar nuestros parámetros mentales mediante los misterios que nos encontramos. Todos experimentamos, y continuaremos experimentando, relaciones y acontecimientos que nos inducen a reexaminar nuestra compresión de la realidad. El diseño mismo de nuestra mente nos impulsa a preguntarnos por qué las cosas son como son, aunque sólo sea dentro de nuestra propia confusión personal.

Danny me pidió ayuda porque le habían diagnosticado cáncer de próstata. Lo único que me pidió fue: «Simple­mente, ayúdeme a descubrir qué hago y pienso que no de­bería hacer ni pensar.»

Cuando evalué su energía, vi que era un bienhechor pro­fesional para todos menos para sí mismo. Le pregunté qué le gustaría hacer en esos momentos. «Me gustaría dejar mi tra­bajo de vendedor, irme a vivir al campo, cultivar mis alimen­tos y trabajar de carpintero», dijo. Después hablamos de las consecuencias de un cambio así: él tenía sus compromisos con la empresa en la que trabajaba, era miembro activo de numerosos grupos y, por encima de todo, su familia se sen­tía a gusto con su estilo de vida; todas esas relaciones acaba­rían. A continuación añadió: «Desde hace muchísimo tiem­po he tenido la idea de que quiero pensar otras cosas. No quiero tener cifras de venta en la cabeza. Quiero pensar en otras cosas, en la naturaleza, por ejemplo. Lógicamente, la naturaleza no me va a pagar las facturas, así que en realidad nunca he hecho nada al respecto. Pero siento esta llamada a vivir de otra manera. He tenido este sentimiento durante mu­cho tiempo, pero ahora siento la necesidad de seguirlo.»

Le dije que estaba lleno de orientación y que debería se­guirla; al seguir sus sentimientos, se le abriría todo un nue­vo mundo, un mundo en el que su salud mejoraría. Dos me­ses después me llamó para decirme que su familia estaba a favor del traslado y que al verano siguiente se irían al suro­este. Jamás se había sentido mejor, añadió, y sabía que nun­ca volvería a tener un tumor maligno en su cuerpo.

Danny estuvo dispuesto y fue capaz de desmontar su vi­da como vendedor y abrazar una nueva vida. Al liberarse de su percepción de sí mismo y de su ocupación, también se liberó de la idea de que su poder en el mundo físico era limi­tado. Al seguir su voz interior, se abrió a la evaluación de su realidad interior: ¿De qué va la vida? ¿Qué estoy destinado a hacer? ¿Qué es importante aprender? Fue capaz de decir: «El mundo exterior no ejerce tanto poder sobre mí. Elijo ha­cer caso a mi mundo interior.»

Así es como tomamos conciencia: surge un misterio, ac­tuamos y a continuación surge otro misterio. Cuando deci­dimos detener ese proceso, entramos en un estado suspen­dido en el cual nos alejamos cada vez más de la fuerza vital. Sin embargo, el progreso desde la mente personal hacia la mente objetiva puede ser muy natural y fácil.

En un seminario conocí a una mujer llamada Karen, a la que habían despedido de tres trabajos en menos de un año. No pudo evitar preguntarse si el origen del problema era al­go que había en ella. Y una vez planteada la pregunta quiso conocer la respuesta. Después de tomarse tiempo para co­nocerse, comprendió que ella misma se había causado los problemas. No había sentido el menor interés por ninguno de los tres trabajos. Lo que en realidad deseaba era un cam­bio de profesión. Eso fue una revelación. Actualmente par­ticipa en muchas actividades diferentes y cada experiencia le ayuda a descubrir nuevas aficiones y aversiones, nuevas am­biciones y nuevos miedos. Para ella ésa es la progresión na­tural de la vida consciente. Cuando recuerda cómo era «an­tes de que le entrara la luz», le maravilla que lograse pasar un día sin pensar en las cosas que daban sentido a su vida. «La vida inconsciente es justo eso: inconsciente. Uno ni siquie­ra se da cuenta de que no se da cuenta de algo. Simplemente piensa en las cosas básicas de la vida: alimento, ropa, dinero. Jamás se le ocurre preguntarse con qué finalidad fue creada. Y entonces, cuando se hace la pregunta, no puede dejar de repetirla una y otra vez. Eso siempre lleva a otra verdad.»

La conciencia y su conexión con la curación

Durante las cuatro últimas décadas se ha escrito mucho sobre el papel de la mente en la salud. Nuestras actitudes tie­nen un papel importantísimo en la creación y la destrucción de la salud corporal. La depresión, por ejemplo, no sólo afec­ta a la capacidad para sanar, sino que deteriora directamente el sistema inmunitario. El enfado, la amargura, la rabia y el resentimiento obstaculizan el proceso de curación, cuando no lo impiden totalmente. La voluntad de sanar tiene un enorme poder, y sin ese poder interior una enfermedad sue­le salirse con la suya. Gracias a esta nueva forma de enten­der, el poder de la conciencia está recibiendo un lugar oficial en el modelo médico de la salud y la enfermedad.

Es sorprendente cuántas personas reconocen que la ex­periencia de una enfermedad las motivó a dirigir su atención hacia el interior y a examinar atentamente sus actitudes y es­tilo de vida. Todas describen esencialmente el mismo proce­so de recuperación: el viaje desde la mente personal hacia la mente impersonal.

Al principio, al enterarse del diagnóstico, el miedo les in­vade la mente. Pero, como dice la mayoría, una vez que se enfrentan consigo mismas, comprenden que ya presentían que algo iba mal, aunque descartaban ese presentimiento por miedo. Eso es importante, porque nuestra orientación in­tuitiva nos avisa cuando hay una fuga de poder en el cuerpo. Cuando el miedo va disminuyendo poco a poco, se vuelven hacia dentro para revisar el contenido de su mente y su in­formación emocional. Así es como estas personas comien­zan el proceso de adquirir una coherencia mental y emocio­nal, o de tomar conciencia de la distancia que existe entre lo que piensan y lo que sienten. La curación exige la unión de la mente y el corazón, y por lo general es la mente la que de­be ajustarse a los sentimientos, que con mucha frecuencia no hemos respetado en nuestras decisiones cotidianas.

Así, las personas exponen las medidas que han lomado para reorganizar su vida, dando voz creadora a sus senti­mientos en sus actividades diarias.

La historia de Sylvia ilustra este viaje a la conciencia de corazón y mente. Le diagnosticaron cáncer de mama y le ex­tirparon los dos pechos. El cáncer se le había extendido tam­bién a algunos ganglios linfáticos. Habría sido natural que pensara constantemente en el cáncer, pero ella se separó de la idea del cáncer y se concentró en el estrés que había contaminado su energía. Revisó sus miedos y el dominio que ejercían en su psique, y reconoció que le aterraba estar sola. El cáncer se le había desarrollado poco después de divorciarse. Habría sido natural que se centrara en su sentimien­to de soledad y en su amargura por el divorcio, pero se com­prometió a encontrar algo de valor cada día de su vida. Resolvió no pensar en el ayer, sino apreciar todas las cosas buenas que le habían ocurrido y dejar que se marcharan las experiencias dolorosas, entre ellas el divorcio. Con frecuen­cia sentía tristeza por su situación, pero, en lugar de vivir en esa tristeza, lloraba y después pasaba a otra cosa. Luego co­menzó a ayudar a otras personas a recuperarse del cáncer, lo cual dio a su vida un nuevo sentido y finalidad. Desde la pers­pectiva simbólica, se convirtió en «ordenada», es decir, que el poder que transmitía a otras personas le era devuelto me­diante el reconocimiento y la gratitud de aquellos a quienes ayudaba. Jamás había experimentado ese grado de valía per­sonal. A los seis meses su organismo estaba libre de cáncer.

Un aspecto de tomar conciencia es vivir en el momento presente y apreciar cada día. Sylvia fue capaz de separarse de su pasado y crearse una nueva vida que tenía sentido y finalidad: ésta es la definición de hacerse impersonal respecto a una crisis de la vida personal. Aunque había enfermado de cáncer, se apoyó en la verdad de que un espíritu poderoso es capaz de sanar un cuerpo enfermo, de que la mente imper­sonal ejerce autoridad sobre la experiencia personal. Una y otra vez he sido testigo de que la curación es cuestión de to­mar conciencia, no de la enfermedad, sino de la fuerza vital que antes nunca se ha abrazado.

La conciencia y la muerte

¿Significa esto que las personas que no se curan no han conseguido ampliar su conciencia? No, en absoluto. Pero la idea de que han fracasado se ha convenido en un aspecto muy polémico del pensamiento holístico. Un mecanismo mental insiste en considerar todas las situaciones como sí fueran buenas o malas, victorias o derrotas. Cuando el cuer­po de una persona no sana de una enfermedad, es posible que se llegue a la conclusión errónea de que esa persona simple­mente no se esforzó lo suficiente.

Morir no significa no haber sanado. La muerte es una parte inevitable de la vida. La realidad es que muchas perso­nas sí se curan de sus tormentos emocionales y psíquicos, y por lo tanto mueren «sanadas»,

La historia de Jackson ilustra lo que significa morir cons­cientemente. Jackson vino a verme para que le hiciera una lectura porque tenía un tumor maligno en el cerebro. El do­lor era constante e intenso. Viviera o muriera, deseaba hacer todo lo posible para convertirse en un ser completo, sano. Hablamos de todos los asuntos inconclusos que logramos identificar en su vida, desde relaciones que necesitaban un cierre hasta los temores a los que necesitaba enfrentarse. In­cluso pensó en notas de agradecimiento que debería haber enviado. Su atención estaba concentrada en completarse, pe­ro con el siguiente énfasis: no iba a completar su vida, sino un asunto inconcluso con su grado de conciencia. Se pre­guntaba continuamente: «¿Qué se supone que he de apren­der de esta vida?» Cada vez que se le ocurría una intuición o una respuesta, ponía manos a la obra. Advirtió, por ejemplo, que jamás le había explicado a su ex esposa por qué quiso di­vorciarse de ella. Simplemente, un día le dijo que estaba har­to de estar casado y que deseaba liberarse de ese compromi­so. Sabía que ella se había quedado aniquilada y confusa, y aunque le pidió una explicación, él se negó deliberadamen­te a darle ninguna. Comprendió que ese comportamiento era un hábito, porque su ex esposa sólo era una de las varias per­sonas a las que había herido de esa manera, aunque se trata­ba de la víctima más afectada. Reconoció que en su momento había disfrutado de la sensación de poder que experimentaba cuando veía la confusión que generaba al abandonar a per­sonas o situaciones. Su capacidad para crear caos lo hacía sen­tirse importante. Pero en estos momentos deseaba crear cla­ridad. Escribió a todas las personas a las que consideraba víctimas de sus actos, explicándoles su comportamiento y pidiéndoles perdón. Una y otra vez, examinó su lado oscuro y dio todos los pasos necesarios para sacar a la luz su oscu­ridad. De todos modos iba a morir, pero me dijo que todo estaba bien porque creía que había completado las lecciones de su vida.

El objetivo de tomar conciencia no es burlar a la muerte ni hacerse inmune a la enfermedad, sino ser capaz de afron­tar todos y cada uno de los cambios de la vida y el cuerpo sin miedo, tratando solamente de asimilar el mensaje de la ver­dad contenido en ellos. Considerar la ampliación de la con­ciencia —por ejemplo, mediante la meditación— como un seguro contra la enfermedad física es interpretar mal su fi­nalidad. El objetivo de tomar conciencia no es dominar lo físico, sino dominar el espíritu. El mundo y el cuerpo físicos nos sirven de maestros en el camino.

De acuerdo con esta percepción, sanar el miedo a la muerte y a morir es un aspecto de la serenidad que el espíri­tu humano es capaz de lograr a través del viaje hacia la toma de conciencia. Cuando una persona que ha conseguido am­pliar la conciencia atravesando el puente entre este mundo y el siguiente habla de su consuelo al saber que la vida conti­núa, se disuelven inmediatamente algunos de nuestros mie­dos. Yo tuve esa oportunidad cuando conocí a Scott y He­len Nearing. Relato su historia porque ellos contribuyeron a mí conocimiento sobre la naturaleza de la conciencia hu­mana y sobre el poder para sanar las percepciones que obs­taculizan nuestra capacidad para vivir en la verdad.