El segundo chakra es el centro ético del cuerpo. Aunque las leyes están conectadas con el primer chakra, la ética y la moralidad personal residen en el segundo chakra. La ener­gía de la Sefirá de Yesod y el sacramento de la comunión nos influyen espiritualmente para tener un sólido código ético, induciéndonos a entablar relaciones uno-uno y avisándonos intuitivamente de los peligros de traicionar nuestro código de honor.

Los órganos del segundo chakra «registran» todos aque­llos actos interpersonales en los que «damos nuestra palabra», hacemos promesas,aceptamos promesas, y nos comprometemos con otras personas. Un sólido código ético personal irradia un tipo de energía perceptible. Esta parte de nuestra biología también registra las promesas que nos hacemos a no­sotros mismos y todo tipo de decisiones para «remodelar» ciertos comportamientos.

El orden físico del que se encarga el segundo chakra ha­ce que nos sintamos seguros, y sus leyes, que notemos la exis­tencia de control en nuestro entorno. La ética y la moralidad del segundo chakra nos proporcionan un lenguaje median­te el cual podemos comunicar lo que aceptamos y lo que no aceptamos en las relaciones humanas. La ética tiene un enor­me poder vinculador: buscamos la compañía de aquellas per­sonas que comparten nuestro concepto del bien y el mal; cuando una persona se desvía de su carácter ético o moral, solemos descalificarla como compañera íntima. También ne­cesitamos que nuestro dios sea un dios ordenado, y siempre tratamos de penetrar el código divino del bien y el mal, la re­compensa y el castigo, intentando razonar por qué «les ocu­rren cosas malas a las personas buenas». Nos consuela creer que, si falla la justicia humana, la justicia divina se encarga­rá de que todos reciban su «merecido».

Dado que el segundo chakra alberga todos nuestros mie­dos individuales de supervivencia, hemos construido un sis­tema jurídico externo que respalda cierta apariencia de jue­go limpio, esencial para nuestro bienestar. Ejercer el poder jurídico, o incluso únicamente utilizar el vocabulario jurídi­co, ofrece una especie de válvula de escape a las presiones que se acumulan en el segundo chakra. El sistema jurídico, al me­nos en teoría, es un medio para determinar la culpa y castigar las violaciones; con frecuencia, el veredicto de inocencia se considera una cuestión de honor, y la indemnización económica que recibe la víctima representa la restitución de cier­ta dignidad personal. Esta dinámica es la versión social de la verdad sagrada Respetaos mutuamente.

La necesidad de juego limpio y de ley y orden la senti­mos en nuestra biología, donde observamos las leyes físicas de la salud, como el ejercicio, la buena nutrición, la regu­lación consciente del estrés ycierta medida de coherencia y orden. Estas leyes indican a nuestra biología que estamos físicamente a salvo y confiamos en nuestro entorno. La ines­tabilidad, por el contrario, mantiene constante y a toda mar­cha el flujo de adrenalina, y en continuo estado de alerta el mecanismo de «lucha o huida». El cuerpo no puede sopor­tar un período prolongado de estrés sin producir reacciones biológicas negativas. Las úlceras y las migrañas son dos de los indicadores más comunes de que el caos en la vida de una persona se ha hecho insoportable.

Paul, de cuarenta y dos años, es un abogado que acudió a mí para que le hiciera una lectura, según dijo, debido a que el estrés relacionado con su trabajo lo estaba matando. Cuando le estaba haciendo la evaluación, recibí la impresión de que una energía tóxica estaba tratando de entrar en su se­gundo chakra, como si algo o alguien intentara dominarlo. Entonces vi que sufría de dolores crónicos, desde migrañas hasta dolores de espalda, cuello y hombros.

Cuando le comuniqué mis impresiones, él las confirmó, diciendo que desde hacía diez años sufría dolores más o me­nos intensos. Había recurrido a la terapia, pero no le sirvió de nada. Tomaba analgésicos como si fueran caramelos, lo cual explicaba mi impresión de que algo trataba de domi­narlo: le aterraba la idea de convertirse en adicto a esos anal­gésicos. El origen de su dolor, le expliqué, era su implacable deseo de que todo resultara según sus planes. Su obsesión por dominar era tal que tenía que ganar en todo lo que hacia, ya se tratara de asuntos legales, deportes, juegos de cartas o incluso llegar primero a alguna parte. Le impulsaba la necesidad de dominar, y al estar tomando pastillas analgési­cas lo atormentaba la posibilidad de ser dominado por algo. Pura él, eso significaba perder su sentido del honor. Paul cre­ta que si algo o alguien lo dominaba, su integridad se vería comprometida; ése era su código de honor personal.

Le sugerí que, puesto que era abogado, debería estable­cer un contrato consigo mismo en virtud del cual se com­prometiera a reordenar su vida paso a paso. Podía lograr que su naturaleza dominante, pero honorable, trabajara con él cambiando poco a poco su necesidad de controlar los resul­tados. Lo más probable era que la energía generada por ca­da éxito que obtuviera le aliviaría el dolor. Le encantó la idea, sin duda porque él controlaría el contenido del contrato. Me dijo que haría el acuerdo inmediatamente y me enviaría una copia por fax. Y eso hizo, al día siguiente.

Pasados tres meses, me envió una nota en la que me con­taba que había progresado en su curación desde que estaba «bajo contrato» para mejorar. Con el fin de vencer su nece­sidad de ganar, se había prohibido hacer apuestas. Sólo per­mitía que continuara supasión por ganar en los asuntos ju­rídicos, donde fuera apropiado. Jamás se había dado cuenta, me dijo, de que todas las personas que lo conocían interpre­taban su necesidad de ganar como «una naturaleza odiosa­mente competitiva». Le estaban desapareciendo los dolores; las migrañas eran menos frecuentes y su espalda había me­jorado tanto que ya podía hacer ejercicio.

La historia de Paúl expresa el sentido simbólico de co­mulgar con uno mismo; es decir, hacer un trato con uno mis­mo para adquirir salud y equilibrio. Mientras una parte disfuncional de la naturaleza de la persona influya negativa­mente en el resto del organismo, la energía se irá agotando, dividida en contra de sí misma. Paúl fue capaz de hacer un fructífero contrato consigo mismo y sanar.

Puesto que los seres humanos por naturaleza somos una especie que busca la ley y el orden, caemos fácilmente bajo el yugo de personas que proyectan autoridad y desean dominar. Nuestro instinto de confiar en las personas con quie­nes vivimos y trabajamos es una prolongación de la energía del Respetaos mutuamente;es antinatural creer que hay que estar mirando por encima del hombro mientras tratamos de crear algo en unión con otros. Sin embargo, muchas perso­nas hacen mal uso del poder, lo utilizan para dominar en lu­gar de para apoyar a los demás.

Dentro de las relaciones personales es normal crear un conjunto de normas o leyes que ambas partes están de acuer­do en seguir: nada de aventuras extra conyugales, nada de jue­go, ninguna compra importante sin mutuo acuerdo, etc. Sin embargo, es energéticamente destructivo establecer normas con el fin de controlar el crecimiento emocional, mental, psíquico o espiritual de otra persona. En general, si una pareja no puede ampliar sus normas y fronteras para dar cabida al crecimiento personal, la relación se desintegra. Los padres a veces violan espiritual y emocionalmente a sus hijos con el fin de establecer su autoridad paternal.

La venganza personal es otro mal uso de la energía del segundo chakra. El segundo chakra es nuestro centro de de­fensa propia y de armamento, concebido para ser utilizado alrededor del segundo chakra. Aunque actualmente los dia­rios están llenos de noticias sobre personas que emplean ar­mas para hacer justicia, con mucha frecuencia el acto de «to­marse la justicia por su mano» tiene su origen en leyes de honor personal, psíquico y emocional, como el deseo de «desquitarnos» cuando alguien nos ha agraviado de algu­na manera. La energía de la venganza es uno de los venenos emocionales más tóxicos para nuestro sistema biológico, y es causa de disfunciones que van desde la impotencia hasta cánceres en la zona genital.