Dentro de la psique de cada uno vive un elemento de la prostituta, esa parte de nosotros mismos que posiblemente podría ser dominada por la cantidad apropiada de dinero. La prostituta interior puede surgir en los tratos de negocios o en las relaciones personales, pero inevitablemente nos en­contraremos con ella.

El dinero, como la energía, es una sustancia neutra que coge su rumbo de la intención de la persona. Un aspecto más fascinante del dinero, sin embargo, es que podemos imbri­carlo en la psique humana a modo de sucedáneo de la fuer­za vital. Por lo general, cuando una persona equipara el dinero a la fuerza vital —sustitución que suele ser incons­ciente—, las consecuencias son negativas, porque cada cén­timo que gasta es también un gasto inconsciente de energía. La escasez de dinero se traduce, también inconscientemen­te, en escasez de energía en el cuerpo.

La percepción errónea del dinero como fuerza vital, combinada con una repentina pérdida de dinero, puede ac­tivar varios tipos de crisis de salud: cáncer de próstata, im­potencia, endometriosis, problemas ováricos, dolor en la parte baja de la espalda o ciática. El hecho de que tantos tras­tornos físicos generados por apuros económicos se mani­fiesten en los órganos sexuales es una expresión simbólica de la energía del falo, representada por la sefirá de Yesod: el di­nero se ha equiparado a la potencia sexual.

Hasta cierto punto, todos relacionamos en la psique el dinero con la fuerza vital. El desafío es conseguir, si pode­mos, una relación con el dinero en la que éste esté separado de nuestra fuerza vital, pero al mismo tiempo sea atraído ha­cia nuestra energía de forma fácil y natural. Cuanto más im­personal es nuestra relación con el dinero, más posibilidades tenemos de hacer que su energía entre en nuestra vida cuan­do la necesitamos.

No podemos negar que el dinero tiene influencia en el mundo simbólico o energético. Expresiones como «Las pa­labras no valen, lo que cuenta es el dinero», aluden a la cre­encia de que lo que la gente hace con el dinero dice más so­bre sus motivos que las intenciones expresadas verbalmente.

El dinero es el medio por el cual hacemos públicos nues­tros objetivos y creencias íntimos. La energía precede a la ac­ción, y la calidad de nuestras intenciones influye mucho en los resultados.

Las creencias sobre el dinero influyen también en las ac­titudes y prácticas espirituales. La creencia de que Dios ben­dice a quienes se esfuerzan por hacer el bien, recompensán­dolos económicamente, está muy arraigada, como lo está también la de que prestar ayuda económica a otros median­te obras de candad nos garantiza que estaremos protegidos contra la pobreza. Estas y otras muchas creencias del mismo género reflejan la idea más elevada de que Dios se comunica con nosotros mediante nuestras finanzas y, a la inversa, de que nosotros nos comunicamos con Dios mediante actos fi­nancieros.

Que estas actitudes estén basadas en la mitología o la ver­dad no hace al caso. Creemos en esas sentencias, y por ese solo hecho deberíamos comprender que hemos ligado el di­nero con la fe. La relación más sabia que podemos tener con el dinero es considerarlo una sustancia que la fe puede apor­tar a la vida.

Anteponer la fe al dinero lo baja de categoría, convir­tiéndolo de jefe en servidor, que es su puesto apropiado. La fe que trasciende al dinero libera a la persona para seguir su orientación intuitiva sin conceder una autoridad innecesaria a las preocupaciones económicas. Evidentemente, mientras formemos parte del mundo físico hemos de respetar su có­digo de honor respecto a las deudas y los pagos, y adoptar una relación sensata con el dinero, pero, aparte de eso, éste no merece más atención.

El solo hecho de comenzar a establecer esa fe es una se­ñal de madurez espiritual. Una persona espiritual mente ma­dura puede actuar según una orientación que a una persona motivada por el dinero le parecería tonta o arriesgada. En muchos mitos espirituales, el cielo se comunica con la per­sona que tiene fe y luego la dirige proveyéndola diariamen­te de «maná del cielo» para que pueda realizar la tarea asig­nada. Estos mitos tienen mucho del sentido simbólico de la sefirá de Yesod. Parte del maná recibido incluye energía eco­nómica. En ninguna parte de la literatura espiritual, que yo sepa, se cuenta el caso de alguien que haya lamentado seguir la orientación divina.

Andrew, de veintisiete años, vino a verme para que le hiciera una lectura porque tenía un sueño recurrente y necesi­taba ayuda para interpretarlo. En el sueño se trasladaba a Montana. Puesto que nunca había estado en Montana, allí no tenía ni trabajo, ni casa, ni amigos, ni contactos. Trató de desechar el sueño, como si fuera una escena de película que se hubiera alojado en su inconsciente. Pero poco a poco el sueño le fue produciendo la sensación de que su único mo­tivo para continuar en el trabajo que realizaba eran los be­neficios económicos. Me preguntó cómo interpretaba yo el sueño.«Yo consideraría seriamente la posibilidad de mar­charme a Montana», le contesté.

Él me dijo que jamás había estado en Montana y que no tema el menor deseo de ir allí. Le sugerí que hiciera un viaje a Montana sólo para ver cómo le sentaba el lugar. Me dijo que lo pensaría y que me mantendría informada.

Unos seis meses después recibí noticias suyas. Seguía te­niendo el mismo sueño, pero había aumentado la sensación sobre los beneficios económicos y ya lo hacía sentirse como una prostituta. Él se consideraba un hombre de honor, y cuando el sueño le insinuó que estaba comprometiendo su honor le resultó difícil soportarlo. Lo animé nuevamente a visitar Montana, aunque esta vezle dije que hiciera el viaje tan pronto como pudiese. Me dijo que lo pensaría seria­mente.

A la mañana siguiente me llamó para decirme que había dejado su trabajo. Ésa mañana, al entrar en la oficina, la sen­sación fue tan fuerte que no tuvo más remedio que actuar. Cuando anunció que se trasladaba a Montana, sus colegas creyeron que había conseguido un puesto estupendo allí. Él les dijo que no, que no sólo no tenía trabajo ni promesa de trabajo allí, sino que en realidad seguía un sueño.

Antes de que hubiera transcurrido un mes, Andrew se trasladó a Montana. Una vez allí, decidió alquilar una habi­tación en la casa de una pareja propietaria de un rancho. Ne­cesitaban ayuda en los quehaceres del rancho y lo contrataron. Una cosa condujo a otra, y a medida que pasaban los me­ses, Andrew cada veztrabajaba más con las manos que con la cabeza, una experiencia que era nueva para él. Cuando llegó la temporada de vacaciones navideñas, decidió quedarse con sus nuevos amigos en lugar de ir a su cuidad del este. Los ran­cheros tenían una hija que fue a visitarlos por Navidad. Al ve­rano siguiente, Andrew estaba casado con la hija, y durante los cinco años siguientes aprendió a administrar el producti­vo rancho, que finalmente heredarían él y su esposa.

Al seguir su sueño, Andrew se declaró un hombre libre, se diera cuenta o no. Sus actos fueron como una declaración ante el cielo de que para él era más importante enfrentarse a lo desconocido que comprometer su honor por la seguridad económica. A cambio recibió mucho más de lo que jamás ha­bía imaginado.

Dados los numerosos mensajes sexuales negativos que forman parte de nuestra cultura, no es fácil desarrollar una vida sexual sana, como ilustra el siguiente caso.

Alien, de veintiocho años, vino a verme para que le hi­ciera una lectura. Me dijo que las mujeres le daban mucho miedo y que necesitaba comprender por qué. Cuando le hi­ce la evaluación vi que era impotente, y recibí fuertes impre­siones de que él se consideraba un pervertido sexual; sin em­bargo, no tuve la impresión de que hubiera acosado o abusado de alguien. Su energía tampoco era la de alguien que ha sido acosado sexualmente de pequeño, por lo que las imágenes me parecieron muy confusas. Durante la conversación le expu­se mis impresiones y le pregunté por qué se consideraba un pervertido sexual. Me dijo que cuando era adolescente él y otros chicos participaron en lo que él llamó una «paja en círculo», es decir, un acto de masturbación en grupo. De pronto, la madre de uno de ellos entró y se puso a gritarles que eran unos pervertidos y que debería darles vergüenza ha­cer eso. La mujer llamó a las madres de todos para contarles el incidente y después al director de la escuela. Les dijo que no se podía confiar en esos chicos y que había que vigilarlos para que no se acercaran a las chicas ni a los niños pequeños. Las habladurías se extendieron por toda la ciudad y durante el resto de los años escolares todos ellos fueron rechazados socialmente. En cuanto se graduó del instituto, Alien se mar­chó lejos, pero por entonces ya se creía un pervertido sexual.

Reconoció que era impotente y me dijo que aún no ha­bía salido con ninguna chica. Yo le comenté que esa mastur­bación en grupo era algo muy común, tanto que los adoles­centes casi podían considerarlo un rito. «No me lo creo», replicó. Acordamos que buscaría ayuda terapéutica para tra­bajar ese problema y para comprender que esa experiencia no indicaba perversión sexual.

Alrededor de un año después recibí una carta de Andrew. En ella me contaba el progreso que había hecho en la tera­pia. Me decía que estaba empezando a sentirse «socialmen­te normal», lo que para él era una sensación nueva. Había co­menzado una relación con una mujer con quien se sentía muy a gusto, tanto que pudo contarle su experiencia traumática. La reacción de ella fue de compasión y comprensión, no de rechazo. Alien se sentía optimista, creía que muy pron­to sanaría totalmente.

Las energías del segundo chakra sacan sutilmente a la luz recuerdos de los que es necesario liberarse, provocando cons­tantemente el deseo de tomar medidas y actuar para ser más sanos física y espiritualmente.