La esencia del quinto chakra es la fe. Tener fe en alguien entrega una parte de nuestra energía a esa persona; tener fe en una idea entrega una parte de nuestra energía a esa idea; tener fe en un miedo entrega una parte de nuestra energía a ese miedo. Mediante esta entrega de energía quedamos im­bricados —mente, corazón y vida— en sus consecuencias. Nuestra fe y nuestro poder de elección son, de hecho, el pro­pio poder de la creación. Somos los canales por medio de los cuales la energía se convierte en materia en esta vida.

Por lo tanto, la prueba espiritual inherente a toda nues­tra vida es el reto de descubrir qué nos motiva a hacer las elec­ciones que hacemos, y si tenemos fe en el miedo o en lo Divino. Todos necesitamos hacernos estas preguntas, bien como tema del pensamiento espiritual o bien a consecuencia de una enfermedad física. Llega un momento en que todos nos preguntamos: ¿Quién está al mando de mi vida? ¿Por qué las co­sas no resultan como quiero? Por mucho éxito que tengamos, en algún momento tomamos conciencia de que nos sentimos incompletos. Algún acontecimiento, relación o enfermedad que no entraba en nuestros planes nos hará ver que no basta el poder personal para superar una crisis. Estamos destina­dos a tomar conciencia de que nuestro poder personal es li­mitado. Estamos destinados a preguntarnos si en nuestra vi­da actúa alguna otra «fuerza» y a plantearnos las siguientes preguntas: ¿Por qué ocurre esto? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi finalidad?

Adquirir conciencia de nuestras limitaciones nos dis­pone a considerar otras opciones que de otro modo no ha­bríamos elegido. En los momentos en que nuestra vida nos parece más descontrolada podríamos abrirnos a una orien­tación que antes no habríamos acogido bien. Entonces es po­sible que nuestra vida avance en direcciones que no había­mos previsto. La mayoría acabamos diciendo: «Jamás pensé que hará esto, o vivirá aquí, pero aquí estoy, y todo marcha bien.»

Podemos llegar a esa rendición utilizando la visión sim­bólica, a fin de considerar la vida solamente como un viaje es­piritual. Todos hemos conocido a personas que se han recu­perado de circunstancias terribles, y han atribuido el hecho a haber dejado las cosas en manos de lo Divino. Y todas esas personas han compartido la experiencia de decir a lo Divino: «No se haga mi voluntad, sino la Tuya.» Si esa oración es lo único que se necesita, ¿por qué le tenemos tanto miedo?

Nos aterra la idea de que reconocer la voluntad divina y, por lo tanto, rendir nuestra voluntad a una voluntad supe­rior, nos va a alejar de todo lo que nos proporciona agrado o comodidad física. Así pues, nuestra voluntad se resiste a la orientación divina: la invitamos a entrar, pero nos esforza­mos en obstaculizarla totalmente. Una y otra vez veo en mis seminarios a personas que se enfrentan a ese dilema; desean orientación intuitiva, pero tienen miedo de lo que les dirá esa voz.

Tengamos presente que nuestra vida física y nuestro ca­mino espiritual son una misma cosa. Disfrutar de la vida fí­sica es un objetivo tan espiritual como el de lograr un cuer­po físico sano. Ambas cosas son una consecuencia de seguir la orientación divina al hacer elecciones sobre cómo vivir y de actuar movidos por la fe y la confianza. Rendirse a la au­toridad divina significa liberarse de las ilusiones físicas, no de los placeres y comodidades de la vida física.

Las energías del quinto chakra nos guían hacía esa ren­dición. La Sefirá de Jésed transfiere al quinto chakra la ener­gía divina de la grandeza mediante el amor, que nos orienta a ser lo más amorosos posible en todas las circunstancias. A veces, el mayor acto de amor es abstenernos de juzgar a otra persona o a nosotros mismos. Una y otra vez se nos recuer­da que juzgar o criticar es un error espiritual. Desarrollar la disciplina de la voluntad nos permite abstenernos de pensar o expresar pensamientos negativos acerca de otras personas y de nosotros mismos. No juzgando, logramos la sabiduría y vencemos nuestros temores. La sefirá de Gueburá nos enseña a liberarnos de la necesidad de saber por qué las cosas ocurren como ocurren y a confiar en que, sea cual fuere ese motivo, for­ma parte de un designio espiritual superior.

Marnie, de cuarenta y cuatro años, es sanadora, una sa­nadora auténticamente ungida, que empezó su trabajo des­pués de una noche oscura del alma de siete años, durante la cual tuvo que sanarse ella sola. A los treinta años trabajaba de asistenta social en Escocia, llevaba una vida activa, te­nía muchas amistades y disfrutaba enormemente con su tra­bajo. De pronto le comenzaron unos dolores que, según le dijeron, «no eran diagnosticares».

Mes tras mes, los dolores fueron en aumento. Unas ve­ces era dolor de espalda, otras, en las piernas, y otras, terri­bles migrañas. Finalmente el dolor la obligó a pedir una ex­cedencia en el trabajo. Estuvo casi dos años yendo de un especialista a otro, pero ninguno consiguió explicarle ese do­lor crónico y la ocasional pérdida de equilibrio, ni recetarle ningún tratamiento eficaz.

Marnie fue cayendo en una depresión cada vez más pro­funda. Sus amigos le recomendaron que recurriera a tera­peutas alternativos, en los que ella no había creído jamás. Un día fue a visitarla una amiga cargada de libros sobre trata­mientos alternativos, entre los cuales estaban los escritos de Sai Baba, un maestro espiritual que vivía en la India. Ella le­yó los libros, pero rechazó las ideas, considerándolas cosas que «sólo mentes sectarias pueden creer».

Seis meses de dolores la obligaron a retractarse de esas palabras, y viajó a la India para tratar de conseguir una au­diencia personal con Sai Baba. Pasó tres semanas en su ashram, pero no logró verlo en privado. Regresó a Escocia, sin­tiéndose aún más abatida que antes. Poco después de su regreso tuvo una serie de sueños en los cuales se le hacía una sola pregunta: ¿Eres capaz de aceptar lo que tehe dado?

Al principio pensó que los sueños eran una simple con­secuencia de su viaje a la India y de sus numerosas conver­saciones sobre la naturaleza de la voluntad de Dios para las personas. Una amiga le sugirió que interpretara los sueños como sí realmente fueran una pregunta espiritual. «No tenía nada que perder —dice ella—-, así que ¿por qué no?»

La siguiente vez que tuvo el sueño contestó: «Sí, acepto lo que me has dado.» Inmediatamente, se sintió bañada de luz y por primera vez desde hacía años se vio libre de dolor. Despertó con la esperanza de que su enfermedad habría de­saparecido, pero no fue así. De hecho, en los cuatro años si­guientes fue empeorando. Pensaba una y otra vez en el sue­ño, afirmándose en la creencia de que en realidad no era un sueño, pero continuó sintiéndose amargada ydesesperada, pensando a veces que Dios le pedía que sufriera sin ningún motivo.

Cuenta que una noche, mientras lloraba, llegó a la «ren­dición». Creía que desde que diera la respuesta en el sueño había estado en ese estado de conciencia, pero esa noche comprendió que no. «Aquello no era rendición, sino resig­nación. Había una actitud que decía: "De acuerdo, lo haré; ahora recompénsame haciendo que me sienta mejor." Y esa noche me di cuenta de que tal vez nunca me sentiría mejor, y de que si me ocurría eso, ¿qué le diría a Dios? Me rendí completamente ydije: "Elijas lo que elijas para mí, sea. Sim­plemente, dame fuerzas."»

En el acto le desapareció el dolor y sintió las manos ca­lientes, no con un calor normal, corporal, sino con «calor es­piritual». De inmediato supo que ese calor que circulaba por sus manos tenía el poder de sanar a otras personas, aunque, paradójicamente, quizás ella no pudiera «beber de ese po­zo». Entonces se rió francamente de su trastorno, porque era «exactamente igual a las historias de los místicos de antaño que había leído. Pero ¿quién habría pensado que yo iba a te­ner sus aptitudes?».

Ahora Marnie es una sanadora muy querida yrespeta­da. Aunque su cuerpo físico ha mejorado bastante de ese do­lor no diagnosticable, todavía pasa momentos difíciles. Sin embargo, según sus palabras: «Dado lo que soy y sé actual­mente, volvería a sufrir todo ese dolor, por el privilegio que tengo ahora de sanar a otros.» Yo encuentro impresionante y admirable su historia, debido a su profunda comprensión de la diferencia entre rendición y resignación, y porque vi­vió el mito según el cual una vez que le hemos dicho a Dios que sí, todo funciona perfectamente. Decir sí a una enfer­medad o un trastorno es la primera parte, un acto que pue­de cambiar o no nuestro problema; la segunda es decir sí al tiempo decidido por Dios.

El acto de la confesión rescata al espíritu de las conse­cuencias de nuestras elecciones. A medida que aprendemos más acerca de nuestra naturaleza, llegamos a comprender lo mucho que el espíritu continúa adherido a los acontecimien­tos y pensamientos negativos, pasados y presentes. La con­fesión es mucho más que el reconocimiento público de una mala conducta. En su sentido energético es el reconocimien­to de que hemos tomado conciencia y, por lo tanto, supera­do un miedo que antes tenía el mando sobre nuestro espí­ritu. En su sentido simbólico, la confesión libera a nuestro espíritu de los miedos y pensamientos negativos del pasado. Continuar adheridos a los acontecimientos y pensamientos negativos es tóxico para la mente, el espíritu, los tejidos celu­lares y la vida.

El karma es la consecuencia energética y física de las elec­ciones que hacemos. Las elecciones negativas generan si­tuaciones que se repiten para enseñarnos a hacer elecciones positivas. Una vez que aprendemos la lección y hacemos una elección positiva, la situación no vuelve a repetirse porque nuestro espíritu ya no está adherido a la elección negativa que fue causa de la lección. En las culturas occidentales, este tipo de lección kármíca se reconoce en dichos sociales como «El que siembra, recoge» o «Nada se hace impunemente». El acto de confesión significa que nos reconocemos responsa­bles de lo que hemos creado y que hemos comprendido el error de nuestras elecciones. Por lo que se refiere a la energía, este rito libera al espíritu de los dolorosos ciclos de aprendi­zaje y lo reorienta hacia las energías creativas y positivas de la vida.

La confesión es tan esencial para nuestra salud mental, corporal y espiritual que no podemos evitarla. La necesidad de purgar el espíritu de los recuerdos cargados de culpa es más fuerte que la necesidad de guardar silencio. Un funcio­nario de prisiones me comentó: «A muchos delincuentes los descubren porque tienen que decirle aunque sea a una per­sona lo que hicieron. Y aunque en el momento sólo haya si­do por alardear, de todos modos es una forma de lo que yo considero confesiones callejeras.»

Los psicoterapeutas se han convertido en los confesores de los tiempos modernos. Con ellos tratamos de resolver nuestros conflictos psíquicos y emocionales, explorando sinceramente los lados oscuros ysuperando los miedos de nues­tra naturaleza y nuestra psique. Cada vez que derrotamos a la autoridad que ejerce un miedo en nuestra vida y lo reemplazamos por un mayor sentido de nuestro poder personal, la dulce energía de la curación entra a raudales en nuestro sis­tema energético. Expresado en el lenguaje de la confesión, estos importantes actos terapéuticos equivalen a llamar a nuestro espíritu para que vuelva de las misiones negativas a las que lo hemos enviado.

Sabiendo que el quinto chakra nos enseña el modo de utilizar nuestra voluntad y registra las órdenes que damos a nuestro espíritu, la pregunta es: ¿Cómo nos las arreglamos con las enseñanzas del quinto chakra?