Nadie comienza su vida teniendo conciencia de ser un «individuo» y de poseer poder o fuerza de voluntad. Esa identidad viene mucho después y se desarrolla en fases que van de la infancia a toda la edad adulta. Comenzamos a vivir como partes de una tribu ynos conectamos con nuestra con­ciencia tribal yvoluntad colectiva asimilando sus fuerzas, debilidades, creencias, supersticiones y temores.

Mediante las interacciones con la familia y otros grupos aprendemos el poder de compartir una creencia con otras personas. También nos enteramos de lo doloroso que es ser excluido de un grupo y de su energía. En el grupo aprende­mos el poder de compartir un código moral y ético que se transmite como legado de generación en generación. Este có­digo de conducta guía a los niños de la tribu durante sus años de desarrollo, proporcionándoles un sentido de dignidad y pertenencia.

Si las experiencias tribales nos interconectan energética­mente, también lo hacen las actitudes tribales, sean éstas per­cepciones complejas como «Todos somos hermanos y her­manas» o supersticiones como «El número 13 trae mala suerte».

El poder tribal, y todos los asuntos relacionados con él, está conectado energéticamente a la salud del sistema inmunitario, así como a las piernas, los huesos, los pies y el recto. En sentido simbólico, el sistema inmunitario hace por nues­tro cuerpo exactamente lo que hace el poder tribal por el gru­po: lo protege de influencias externas potencialmente dañi­nas. Las debilidades en los asuntos tribales personales activan energéticamente trastornos relacionados con el sistema inmunitario, los dolores crónicos y otros problemas del es­queleto.

Los retos tribales difíciles nos causan pérdidas de poder, principalmente en el primer chakra, y si entrañan un estrés extremo nos hacen propensos a enfermedades relacionadas con el sistema inmunitario, desde el resfriado común al lu­pus.

El Chakra tribal representa nuestra conexión con expe­riencias de grupo tanto positivas como negativas. Las epidemias son una experiencia de grupo negativa, a la cual nos ha­cemos energéticamente propensos si los temores y actitudes personales de nuestro primer chakra son similares a los del «primer chakra» global de la cultura. Las epidemias virales y de otro tipo son un reflejo tanto de los problemas sociales actuales de la tribu cultural como de la salud del «sistema inmunitario» de la tribu social. Es importante señalar este pun­to porque, a través de las actitudes de nuestro primer chakra, todos estamos conectados con nuestra cultura y sus acti­tudes.

Un ejemplo elocuente de la capacidad energética de la tribu social para manifestar una enfermedad es la epidemia de polio de los años treinta y cuarenta. En octubre de 1929 se desplomó la economía estadounidense y comenzó la Gran Depresión, que afectó a toda la nación. Para explicar cómo se sentía la gente, periodistas y políticos, empresarios y trabajadores, hombres y mujeres, todos se describían a sí mis­mos como si el desastre económico los hubiera dejado «li­siados».

A comienzos de los años treinta surgió una epidemia de polio, que representaba simbólicamente el espíritu lisiado de la nación como comunidad. Las personas que se sentían más lisiadas económicamente, ya fuera por la experiencia real o por el miedo de tenerla, fueron las más vulnerables al virus de la poliomielitis. Dado que los niños absorben la ener­gía de su tribu, los niños estadounidenses fueron tan vulnera­bles a la enfermedad viral como al malestar económico. Todos somos uno:cuando toda una tribu se contagia del miedo, esa energía se propaga a sus hijos.

Esta sensación de estar lisiados setejió tan rápidamente en la psique tribal que los votantes incluso eligieron a un pre­sidente lisiado por la poliomielitis, Franklin D. Roosevelt, símbolo viviente a la vez de debilidad física y de indómita re­sistencia. Fue necesario un acontecimiento tribal físico y una experiencia de fuerza física, la Segunda Guerra Mundial, para sanar el espíritu tribal estadounidense. La sensación de he­roísmo y unidad tribal, respaldada por el repentino aumen­to de puestos de trabajo, restableció el orgullo yel honor de cada miembro de la tribu.

Al final de la guerra, la nación estadounidense ya había vuelto a asumir el liderazgo mundial. De hecho, Estados Uni­dos se convirtió en el líder del mundo libre porque produjo armas nucleares, posición que inyectó un enorme orgullo y poder en el chakra tribal de la cultura. También aquí, esta re­cuperación se reflejó en el lenguaje de los portavoces de la nación, que para describir su recién sanada cultura utilizaron la expresión «de nuevo en pie» (económicamente). Ese cambio de conciencia, que reflejaba un espíritu tribal sanado, permi­tió derrotar el virus de la polio. El espíritu y la actitud de la tribu fue en última instancia más fuerte que el virus. No es una coincidencia que Jonas Salk descubriera la vacuna para la poliomielitis a comienzos de los años cincuenta.

Un ejemplo más contemporáneo de esta misma dinámi­ca es el virus del sida. En Estados Unidos este virus predo­mina más entre los consumidores de drogas, las prostitutas y la población gay. En otros países, como Rusia y algunos africanos, el virus medra entre las personas cuya calidad de vida escasamente les permite sobrevivir. En algunas regiones de Latinoamérica el virus medra entre mujeres de clase me­dia cuyos maridos, aunque no son homosexuales, mantienen relaciones con otros hombres a modo de ejercicio «machista». Al margen de cómo contraen el virus, todas estas perso­nas comparten la sensación común de ser víctimas de su cul­tura tribal.

Si bien todo el mundo ha sido víctima de algo o alguien, esta conciencia de víctima refleja un sentimiento de impo­tencia dentro de la cultura tribal, ya sea debido a una preferencia sexual, o a la falta de dinero o de posición social. Esas mujeres seropositivas latinoamericanas creen que carecen de los medios para protegerse, incluso las que están casadas con hombres ricos no pueden enfrentarse a sus maridos por su comportamiento porque su cultura aún no valora la voz fe­menina. Contemplado simbólicamente, el virus del sida apa­reció en la cultura estadounidense precisamente cuando se generalizó la tendencia a la victimización. La energía cultu­ral de nuestro país se está agotando debido a la necesidad que tienen algunos de sentirse poderosos a expensas de otras per­sonas, consideradas menos valiosas, lo que produce trastor­nos en la inmunidad biológica.

Mantener la salud de nuestro primer chakra individual exige tratar nuestros problemas tribales personales. Si nos sentimos víctimas de la sociedad, por ejemplo, deberíamos tratar esa percepción negativa para que no cause fugas de energía. Podemos, por ejemplo, buscar ayuda terapéutica, especializarnos en un trabajo, buscar una visión más simbó­lica de nuestra situación o participar activamente en la polí­tica para cambiar las actitudes de la sociedad. Alimentar la amargura hacia la tribu cultural embrolla nuestra energía en un constante conflicto interior que impide el acceso al po­der sanador de la verdad sagrada Todos somos uno.

Nuestras respectivas tribus nos introducen en la vida «del mundo». Nos enseñan que el mundo es seguro o peli­groso, abundante o plagado de pobreza, educado o igno­rante, un lugar del cual coger o al cual dar. Y nos transmiten sus percepciones sobre la naturaleza de la realidad; por ejem­plo, que esta vida es sólo una de muchas o que esta vida es lo único que existe. De nuestras tribus heredamos sus actitu­des hacia otras religiones, etnias y grupos raciales. Nuestras tribus «activan» nuestros procesos de pensamiento.

Todos hemos oído generalizaciones del estilo «Todos los alemanes son muy organizados», «Todos los irlandeses son unos narradores estupendos», etc. A todos se nos han dado explicaciones sobre Dios y el mundo invisible, y sobre la re­lación de éste con nosotros, como por ejemplo en las frases: «No le desees el mal a nadie porque se volverá en tu contra»,

«Nunca te rías de nadie porque Dios puede castigarte» y otras similares. También asimilamos numerosas ideas relati­vas a los sexos, como: «Los hombres son más inteligentes que las mujeres», «A todos los niños les gustan los juegos de­portivos y a todas las niñas les gusta jugar con muñecas», etc.

Las creencias tribales que heredamos son una combina­ción de verdad y ficción. Muchas de ellas tienen un valor eterno, como «Está prohibido matar». Otras, que carecen de esa cualidad de verdad eterna y son de miras más estrechas, tienen por finalidad mantener a las tribus separadas entre ellas, violando la verdad sagrada Todos somos uno.El proce­so de desarrollo espiritual nos presenta el desafío de retener las influencias tribales positivas y descartar las que no lo son.

Nuestro poder espiritual aumenta cuando somos capaces de ver más allá de las contradicciones contenidas en las ense­ñanzas tribales y aspirar a un grado de verdad más profundo. Cada vez que damos un giro hacia la conciencia simbólica influimos positivamente en nuestros sistemas energético y biológico, y contribuimos a aumentar la energía positiva del cuerpo colectivo de la vida, la tribu mundial. Imagínese este proceso de maduración espiritual como una «homeopatía es­piritual».